Monticello
Víctor J. Vázquez
Más allá de la corrupción
Danos, hoy, en tu día, el don del silencio de tu capilla, la antigua ermita de los Ángeles, esa “Porciúncula de Sevilla, que está en la calle Recaredo”, como la llama fray Francisco González, Tutor Franciscano de tu Hermandad de los Negritos. Danos el silencio franciscano de cales y media luz acogedora, de compás recién regado, de bisbiseo de oraciones, de acudidero de paz en medio del bullicio de las Rondas. Luminosa tu nave, como corresponde a tu advocación gloriosa; severamente morada la de tu Hijo de la Fundación, como requiere su tan desgarradora, severa y conmovedora hechura.
Danos la serenidad, la hondura y el silencio que tanto necesitamos en nuestras vidas, en nuestra sociedad, en nuestras hermandades y en nuestra Semana Santa. Sobre todo, en esta última. Porque se está cumpliendo en ella lo que en la secuencia de Pentecostés se suplica al Espíritu Santo: “Mira el vacío del hombre si le faltas por dentro”.
Mira, Virgen de los Ángeles, el vacío de nuestra Semana Santa si Dios le falta por dentro, si la devoción sentida y vivida le falta por dentro, si la celebración se reduce a fiesta y esta, privada de su única raíz, que es Cristo, se hace ruidosamente vulgar. Defiéndenos, Abogada nuestra, de nosotros mismos. Porque el mal está dentro. No temamos agresiones externas que la vacíen de contenido religioso como si fuera el residuo folklórico de una fe extinguida. Porque está escrito: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír, que oiga”.
Que todo se ordene, Virgen de los Ángeles, como en tu cofradía la severidad de la música de capilla, de las graves voces que recuerdan antiguas liturgias y de la caoba se ordenan a la severidad del Cristo de la Fundación; y el esplendor oriental de Juan Miguel Sánchez y la música airosa se ordenan a la mayor gloria tuya. Y no se olvide que esto, siendo tan importante, es solo una hermosa floración de ocho horas de lo cultivado 365 días de apertura de la capilla, misa diaria, visitas a las sagradas imágenes y oraciones ante sus estampas.
Te saluden en tu día, que es el del perdón de Asís, las palabras de San Francisco: “Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios… Salve, palacio suyo, tabernáculo suyo. casa suya, vestidura suya”.
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