La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
Lo normal, lo que sería de esperar de un gobierno que gobierna, es decir, que cumple la función que todo el mundo espera de él, no sería sino la generación de informaciones, de noticias que estarían referidas, de manera constante, a la labor de gobernar, de mandar, regir o dirigir la nación, a la vida de sus habitantes y a la armonía de sus instituciones públicas. Sin embargo, las noticias que nos sirven cada mañana, desde hace casi dos años y en todos los medios de comunicación del país; consideradas en tonos de acusación, en unos, o de consideración y de disculpa, en otros, cada vez menos estos últimos; vienen siendo –y arrecian– informaciones referidas a acciones encaminadas a asegurar la permanencia del actual Gobierno –y muy especialmente de su presidente– en el poder, a toda costa, casi a cualquier costa. Incluso acciones cuyo incumplimiento o burla, más o menos ingeniosa, pudiese significar un modo de trampear la ley, una discutible forma de poseer el poder ejecutivo, aunque en ocasiones pudiera hacerse con acciones y actitudes que podrían rozar la deshonra, la desvergüenza y hasta el deshonor.
En este año, en que se cumplirá, a término del mismo, cincuenta años de la muerte del general Francisco Franco, se han vuelto a poner en tela de juicio popular muchas de esas acciones impropias de una democracia, producidas, impulsadas o cometidas por miembros del (des)Gobierno presidido por Pedro Sánchez, actitudes nunca conocidas anteriormente en la historia reciente y democrática de España que, pese a estar desgobernada por un Ejecutivo; a todas luces incapaz de resolver con eficacia y verdadera capacidad institucional los grandes problemas que aquejan a la sociedad española, incluso aquellos otros que se manifiestan en la vida diaria de los españoles; se viene cubriendo, día tras día, de una imagen cada vez más oprobiosa, incluso en opinión de muchos de los correligionarios del propio presidente del (des)Gobierno.
Este hastío informativo que cincela, cada mañana, un (des)Gobierno más emparentado y cercano a facinerosos personajes de extrema corrupción y desvergüenza que a verdaderos servidores de la patria, sería menester, por dignidad, que le pusiesen tasa y freno, desde el mismo Ejecutivo. ¿O no?
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