Clement Attlee era un tipo tan aburrido, soporífero y convencional -incluso vulgar- que cuando ganó a Churchill las elecciones de 1945 corrió un chiste por Londres que decía que frente al número 10 había parado un taxi vacío del que se bajó Mr. Attlee. Hasta George Orwell, mucho más cercano a él ideológicamente, le definió como un pez muerto. Al Viejo León, orador insigne, intelectual brillante, símbolo de la fortaleza británica frente a los nazis, le sustituyó un señor bajito con pinta de ventanillero de una oscura oficina gubernamental. Y sin embargo, en aquellos años de la posguerra, Attlee puso en marcha el Sistema Nacional de Salud y el primer Estado de Bienestar de Europa. Es curioso comprobar cómo cada momento parece exigir sus hombres.
Aunque Churchill la aplicó a los italianos, me parece que aquello de que pierden las guerras como si fueran partidos de fútbol y los partidos de fútbol como si fuesen guerras, es una frase igual de aplicable a nuestros políticos que esta otra, nacida de su experiencia como corresponsal en la Guerra de Cuba: los españoles son vengativos y el odio les envenena.
La política española es hoy un ring de boxeo en el que los problemas de la sociedad se han aparcado. Parece que no existen. No hay propuestas, ni soluciones. Ni en el gobierno, ni en la oposición. Todo es hiperbólico: fragor de batalla, acusación, arenga y amenaza. Los discursos destilan aversión y hasta odio hacia quien piensa distinto; sea en el Parlamento, en las declaraciones públicas o en las siempre excesivas redes sociales donde se hace realidad que, como escribió Shakespeare, la ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro.
Mientras unos reivindican la dictadura franquista, otros defienden a Stalin. Y al ciudadano de a pie, cuya realidad es muy distinta a esas peleas artificiales e impostadas, todo ese circo le aburre. Nos importan cada vez menos los políticos y su riña tabernaria que no ha parado ni durante las vacaciones estivales. No hemos descansado de ellos, ni de sus frases vacías y rimbombantes para uso de su parroquia y aplauso desmedido de su claque. En unos días, no un taxi, sino muchos, pararán a las puertas de las Cortes, se abrirán sus puertas y de ellos bajarán nuestros políticos, los que deberían liderar España, a seguir gritándose pamplinas mientras los ciudadanos retomarán su vida y su trabajo -quienes lo tengan- para seguir adelante.
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