RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

Los toros y nosotros

NO somos perfectos, pero somos España y en España hay toros. Ésta es la verdad no del barquero, sino del picador, que establece en la pica esa verdad profunda y transversal del coste primigenio del dolor. España es la corrida y nosotros España. Otra cosa es la sensibilidad legítima de quien no puede ver el rito de los toros en la arena, que sufre al contemplar la ejecución y suerte de matar: pero ésta es la vida, y no unos divertidos dibujos animados. Porque, vamos a ver, tampoco se trata de perder la cabeza con los animales, que ya están lo bastante protegidos, sobre todo entendiendo que el toro de lidia sólo se mantiene por la fiesta, sólo se sostiene desde la economía de la fiesta. Repito que entiendo, respeto y hasta simpatizo con esa sensibilidad que nunca quiere ser testigo de la lidia, pero la verdad es que en el fondo me parece una coquetería emocional: porque esa misma gente que confunde la fiesta con la matanza brutal de focas sobre el hielo no tiene ningún pudor a la hora de disfrutar de un buen pollo horneado, ni mucho menos de un jamón de bellota, veteado y rojizo, rezumante de aromas muy suaves, de una carrillada o de un revuelto de morcilla con pasas y piñones.

Por una vez vamos a hablar de los toros y nosotros, que es hablar también del fanatismo y nosotros o de la hipocresía y nosotros. Quien haya visitado alguna vez una granja de pollos que regrese con su indignación. Eso sí es crueldad, pero a nadie le apena lo bastante como para plantarse en una granja con un buen lema ético, entre otras cosas porque la tortura de pollos, entendida como tal, no tiene un matiz nacionalista. Ahora en las ciudades casi nadie ha visto la matanza del cerdo, colgado de las patas y abierto en canal, mientras se agita, y aúlla de puro sufrimiento, y es la fiesta invernal de todas sus sustancias interiores, salchichón y chorizo y todo lo demás, que el cerdo es la razón más limpia que nos liga a la tierra, la vida como el don que nos permite estar y alimentarnos. ¿Van a prohibir entonces la matanza del cerdo? Pues todos vegetarianos.

Esas pocas decenas de independentistas catalanes desocupados, que ya hay que estar aburrido con la que está cayendo para reparar en eso, en esa identidad segregadora de la soberanía periférica, ¿están dispuestos también a rebelarse contra la matanza del cerdo, y a quedarse así sin butifarra? Seguro que no, porque la pela es la pela y la butifarra es más que una industria como el Barcelona es más que un club, aunque su presidencia sea circense. Resulta que al final, aunque les pese, son más españoles que nosotros, y España nunca ha sido demasiado coherente.

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