Triunfo del talento y del público

22 de septiembre 2025 - 03:10

Mañana se dará el último pase en pantalla grande (consulten cartelera) de Sonrisas y lágrimas en el 60 aniversario de su estreno. Ninguna película ha sido más aborrecida por la crítica y más amada por el público. Desde el principio: tras su estreno mundial en el Rivoli Theater de Nueva York el 2 de marzo de 1965 recibió malas y hasta crueles críticas –“¡Absténganse diabéticos!”, titulaba la más venenosa e ingeniosa– a la vez que abarrotaba los cines. La viperina crítica Pauline Kael, que falló más que una escopeta de feria en sus juicios, la definió como “la mentira azucarada que la gente parece querer comer”. Lo de mentira es una imbecilidad, lo de azucarada es cierto (pero con azúcar de la mejor calidad) y no “parece” que fuera lo que la gente quisiera comer, sino lo que devoró en cantidades tan industriales que fue la primera película que logró romper el hasta entonces imbatible récord de recaudación que mantenía Lo que el viento se llevó (otra película despreciada en su día por la crítica como “cine para señoras”) desde 1939.

Como en tantos casos, se equivocó la crítica y acertó el público. El éxito de Sonrisas y lágrimas no se debe a su azúcar, que la tiene, sino a la calidad del musical de Rodgers y Hammerstein estrenado con inmenso éxito en el Lunt-Fontanne Theatre el 16 de noviembre de 1949 con Mary Martin y Theodore Bikel en los papeles principales, alcanzando las 1.443 representaciones; al genio de su director, Robert Wise, que había codirigido con el coreógrafo Jerome Robbins West Side Story, quizás el mejor musical de la historia del cine (que sea lo opuesto a Sonrisas y lágrimas no debe sorprender: es uno de los pocos directores que han rodado obras maestras en todos los géneros); a la concentración de talentos en el equipo –el guion de Ernest Lehman, la fotografía de Ted D. McCord, las orquestaciones de Irvin Kostal y el diseño de producción de Boris Leven– y al reparto encabezado por una inmensa Julie Andrews y Christopher Plummer que sumaba veteranos secundarios de lujo como Eleanor Parker, Peggy Wood, Richard Haydn o Norma Varden.

60 años después, por sus propios méritos que el tan frecuentemente despreciado gran público siempre apreció, sigue viva. Mientras tantas presuntas obras maestras aclamadas por la crítica son letra muerta.

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