Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

El último león

La muerte del centro y su vibrante tejido urbano dejó de interesar a la Administración ya ni se sabe desde cuando

El bar León sigue rugiendo en el entorno de Plaza Nueva como último baluarte de una forma de hostelería que desaparece por la invasión de ese tipo de turismo que, como el caballo de Atila, deja peladas de color, sabor y autenticidad aquellas calles por las que se instala.

Hay aún otros establecimientos con algo genuino que resisten como pueden la invasión de las hordas del pantalón corto y el pésimo gusto del peor estilo. Menos mal. Las bodegas Castañeda, por poner un ejemplo, que resiste a base de vermú Calicasas con montaditos pero bastante bien la presión de la masa de extranjeros que ya han cambiado hasta los horarios de los restaurantes y las dimensiones o la propia existencia de las tapas en los bares que frecuentan. Todo ha cambiado en Plaza Nueva para ya no ser nunca igual.

Son pocos pero son los que permanecen de aquellos que aún tenemos memoria emotiva en nuestras biografías de ciudadanos que aquí crecimos. Los bocadillos del bar Aliatar, por poner otro ejemplo, siguen sin tener competidor que les haga sombra y ahí siguen con su estilo localista muy cerquita de Plaza Bibrambla.

El bar León, con su sabor de siempre, casi doméstico y su clientela fiel sigue siendo esa avanzadilla entre Plaza Nueva y Calle Elvira de lo que en tiempos fue ese dédalo de callejas donde aún podías encontrar tabernas.

Y en el resto de la zona, las cadenas de franquicias que pugnan por atraer la masa turística desde una uniformidad pasmosa de tostadas menguantes en tamaño y contenido; un café Lisboa que no hace más que cambiar de dueño sin dar en el clavo del negocio en plena esquina con calle Elvira; camareros en rotación constante de los que ya ni quieres aprenderte el nombre (ni ellos el tuyo); y, en fin, ese anonimato despersonalizado creciente donde te enteras de que por allí se sirve la peor paella de España para los desaprensivos que pican en alguna terraza.

Los del barrio ya se van resignando a esta ocupación silenciosa con tarjeta de crédito por delante y huyen de la zona para curarse el insomnio derivado del runrún de maletas de los pisos para dos días de la zona.

Pero resiste el bar León como ese señor de otro tiempo que aún ruge su soledad entre tantos flashes con el móvil, desamparado de las administraciones a las que la muerte del centro y su vibrante tejido urbano dejó de interesarle ya ni se sabe desde cuando.

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