Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
En época de elecciones municipales, los partidos de izquierdas visitaban los barrios obreros. En el Zaidín, La Chana o Cartuja vivían sus votantes. Se hacían fotos con los vecinos y les regalaban el oído con promesas pocas veces cumplidas. Si ganaban, cuidaban el centro y los lugares turísticos. Reclamados por las poderosas agrupaciones vecinales de sus partidos, entre campañas, se dejaban ver por los suburbios para no perder votos. Hoy, en la periferia, proliferan los votantes de ultraderecha. Este bloguero de arrabal no es capaz de explicar por qué antiguos votantes de partidos obreros, habitantes del extrarradio, comienzan a comprar el ‘relato’ de los partidos xenófobos. Sí oye, cuando pasea por su barrio o se acerca al centro de salud, a jubilados que repiten los mismos argumentos en contra de la emigración que los líderes de formaciones de ultraderecha: “Los migrantes ilegales, a la puta calle y si no se adaptan a nuestras costumbres, aunque tengan papeles, a la puta calle”. Me gustaría saber qué valores y costumbres tendrían que aceptar los que nos llegan en pateras. Sí veo que los jóvenes emigrantes africanos, que se pasean por el barrio, sin trabajo, ni rumbo fijo, llevan la camiseta del Madrid o del Barcelona, se peinan como Lamine Yamal, juegan al fútbol compulsivamente y lucen ropa deportiva de las marcas más conocidas. Reproducen un valor que traían aprendido de casa: que con el deporte (y no con Platón ni con Cervantes ni estudiando Geología), se puede progresar rápidamente. Los emigrantes que no están en edad de patear un balón tendrían, para ser aceptados, que seguir el ejemplo que a diario les dan los políticos que los odian: practicar el escapismo, cuando hay una situación catastrófica en sus circunscripciones. Provocar fuegos ‘inmobiliarios’. Procurar que la dana los pille recluidos en casas de placer o de comida. Que los incendios los cojan de vacaciones, bronceándose, reponiéndose de sus agotadoras grescas de gallos inútiles y faltones. Asociarse con otros compinches para esquilmar el erario. Estos son los valores inmarcesibles que los emigrantes deben imitar para sustituir el vicio de cuidar con bondadosa solicitud a nuestros ancianos y erradicar la manía que tienen los trabajadores sudamericanos de hablarles en un español culto, plagado de eufónicos arcaísmos. Y si no, ¡a la puta calle!
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