La ventanilla nueve

13 de diciembre 2024 - 03:07

Ocho de la mañana. Una luz fluorescente dibujando sombras alargadas en la pared. En la sala de espera, el murmullo constante de voces entremezcladas se alzaba como un lamento colectivo. Cada silla, ocupada. Cada rostro, historia de luchas y resignación. Juan, como todos, esperaba su turno en la ventanilla nueve. Una más que dicta sentencia sobre las vidas.

Juan observaba el reloj de pared, y cada tic-tac arrojaba una puñalada en su paciencia. A su lado, una mujer mayor de manos temblorosas. Más allá, un joven, no mucho mayor que su hijo, mordía con ansiedad un lápiz mientras sus ojos vagaban a un punto indeterminado.

Los murmullos de la sala se intensifican a medida que se acerca el turno de cada uno. Historias de vida se entrelazan en el aire: el mecánico, con las manos llenas de grasa, hablaba de su taller cerrado. La auxiliar de clínica, ojos rojos e hinchados, confesaba sentirse agotada y desvalorizada. El joven de la edad de su hijo murmuraba sobre la injusticia de un sistema que no ofrece oportunidades. Un aroma a café rancio y sudor impregna el aire. En la esquina, un cartel descolorido anuncia un programa de formación laboral, otra promesa vacía que Juan ya había visto otras veces. Todos en cambio, unidos en ese destino: la ventanilla nueve.

Cuando por fin llegó su turno, se levantó hacia el mostrador. La funcionaria de mediana edad y mirada cansada, lo recibió con una sonrisa antes ensayada y le extendió el formulario que debía rellenar. Con manos temblorosas, comenzó a escribir. Se recordaba de joven, lleno de sueños y ambiciones. Trabajó duro para construir una vida y una familia. Pero la crisis golpea con fuerza, demasiada en ocasiones. Sin trabajo y una montaña de deudas. Ahora, cada día lucha por sobrevivir. Al entregar el formulario, la funcionaria lo leyó y con indiferencia repitió otra frase también ensayada. “Lo siento, no hay nada disponible por el momento”.

Salió a la calle. El sol de la mañana brillaba con frío y con crueldad. Se sentó en un banco a ver pasar gente. Insignificante, como una pieza rota en un engranaje gigante. Su teléfono vibró. Un mensaje de su mujer. “No te desanimes, cariño. Juntos saldremos adelante”. Una sonrisa para una pizca de esperanza.

Levantó la vista, y vio a la mujer mayor de la sala de espera. Sentada en un banco. Mirando el cielo con tristeza. Juan se acercó a ella y le ofreció una sonrisa. “La vida es dura, ¿verdad?”, dijo ella. Juan asintió. “Pero no podemos rendirnos”.

Dicen que Juan volvió a la oficina. Que la sala de espera se llenó de caras nuevas esperando turno también en la ventanilla nueve. Se sentó en un rincón observando a los demás. La esperanza se encendía y apagaba una y otra vez. La lucha por sobrevivir, en cambio, seguía siendo la misma. Quizá se lo debía a su mujer.

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