Manías

Erika Martínez

erikamartinez79@gmail.com

La vuelta a casa

Que en las fiestas señaladas no sintamos que nos faltan brazos para recibir a quienes expulsamos

Recuerdo cuando la vuelta a casa por Navidad la protagonizaba ese amigo modernillo que había huido del pueblo o de la vida de provincias. Cuando la cena de Nochebuena era tu única oportunidad de escuchar a la prima rara que se largó al extranjero (¿por qué le daría por ahí?). Cuando la emoción era nueva cada Nochevieja, pero se compartía con los de siempre, porque lo del pródigo era todavía una excepción. En nuestra España de la diáspora, cada nueva Navidad es una evidencia de lo mucho que eso ha cambiado. De cómo los que se fueron no son ya una anécdota sino la dolorosa norma de toda familia y grupo de amigos. Hace tiempo que dejé de contar a los ausentes que puedo ver estos días (si es que les da la cosa para billetes), pero cada vez es más grande el atasco afectivo que se forma a la entrada del Año Nuevo.

En el célebre cuento La autopista del sur, de Julio Cortázar, un embotellamiento a las afueras de París deja incomunicados durante días a decenas de conductores que se ven obligados a organizarse para resistir, dándose en las relaciones que desarrollan una intensidad muy propia de las situaciones extremas. Detenida en el pequeño trecho que son las vacaciones de Navidad, estoy yendo este año de primo a tío, de amiga a vecina, tratando de condensar en el poco tiempo del que disponemos todas las penas y alegrías, amores, desamores, angustias económicas y esperanzas laborales que caben en los meses restantes y que empezarán a rodar en cuanto se disuelva este súbito embotellamiento.

El desarrollo de las comunicaciones, que preside la salida low cost de nuestros trabajadores, es también el desarrollo que nos permite saludarlos con interferencias después de las uvas. Sentirnos afortunados por compartir a tantísimos kilómetros ese rato y también impotentes por todo aquello que los mantiene alejados. Yo este año he brindado muy dentro por que sigamos creyendo que vale la pena luchar, manifestarse, negociar, discutir y pensar por un país al que volver. Para que en las fiestas señaladas no sintamos que nos faltan brazos para recibir a quienes expulsamos, sino tan solo para recibir a los felices cosmopolitas, a los inquietos, a los viajeros, a los que pudieron irse con gusto porque así lo querían.

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