El sello

Cristina Marín Muñoz

El yelmo de Mambrino

09 de diciembre 2015 - 01:00

PROLIFERAN las tertulias de todo tipo en la televisión y yo me pregunto ¿el tertuliano nace o se hace?, ¿cuándo uno es tertuliano, lo es siempre o puede disociar su personalidad y hacerse oyente?, ¿resistirían como un humano normal un ataque de afonía?, ¿detestan el silencio?, es más, ¿el silencio les ha hecho algo para que le tengan tanta tirria?

Los tertulianos son un gremio sin sindicar, un divismo de ocho de la mañana a doce de la noche. Se echa la razón sobre la cabeza al mismo tiempo en el que los demás mortales nos echamos unas gotas de colonia. Y ya, con su razón y su traje o vestido reluciente se pasea por los platós sin que esa su razón se desvanezca nunca como sí lo hacen incluso los buenos perfumes. A una le gustan las tertulias, no obstante. Y admira a no pocos participantes en ellas.

Y aunque veo a algunos tertulianos más que a mis amigos, sin embargo, tengo amigos tertulianos. ¿Qué le pasa a mi amigo? Ya no habla del perro, de los hijos, de la suegra, de las pequeñas cosas cotidianas que antes conformaban su vida. Ahora discute sesudamente sobre macroeconomía y política internacional. Ayer mismo no sabía ni desatascar el fregadero y, a día de hoy, enmienda la plana a los dirigentes de las potencias mundiales y se ha puesto el yelmo de Mambrino para deshacer entuertos y hasta reparar el honor de las doncellas. ¿Violencia de género? -exclama el incauto- dejadme solo que eso lo arreglo yo en un momentillo. Ay ¿se habrá vuelto Quijote? ¿Cómo va a ser eso si sólo se lee los folletos de propaganda del Carrefour?

Pero ya no es sólo tu amigo, son también los amigos de tu amigo. Te invitan a una cena y, después de la primera copa de vino, se ponen todos a discutir a gritos. Ninguno escucha al otro. Cada cual, absorto en su propia tarandilla, la repite enajenado sin posibilidad de diálogo, para qué. Si uno por uno ya sabe cómo resolver el independentismo en Cataluña, la amenaza del yihadismo y el problema de la sanidad, la educación, la cultura y las pensiones. Todo lo que no sabe Rajoy lo sabe allí de sobra cada cual y, con tanto criterio, que no admiten otro. De modo que si otro comensal les contradice, se lanzan a arrancarle una oreja de cuajo.

A ti, que ya estabas harta de escuchar trivialidades sobre hijos, perros y suegras, te alivia que tus amigos se ocupen de temas trascendentes, pero notas que les sobra volumen y vehemencia. Y no sólo a tus amigos, pues si afinas el oído, lo mismo están arreglando el país y, por extensión, el mundo, en la mesa de al lado y en todas las demás. Y, si no afinas el oído también, porque, en su afán de arreglarlo, todos gritan como posesos. Tanto gritan los iluminados y con tanta saña que tu cordero lechal, soliviantado en el plato, se ha vuelto macho cabrío y, en lugar de comértelo, crees que va a ensartarte con los cuernos. Se cargan las máximas de Grice y de Lakoff que establecían los principios de cooperación y cortesía en el diálogo, pero ya sabemos que todo lo que sea educación en la sociedad actual resulta desfasado. La retórica y la dialéctica son artes que ya no sirven de nada. Ahora tiene razón el que más grita y, para el grito, no hacen falta demasiadas razones ni palabras.

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