Tribuna

Antonio Rivero Taravillo

Las casas de los poetas

Ojalá la de Aleixandre se incorpore sin dilación al destino al que está llamada. Y que la de Cernuda no se retrase más, que las obras comiencen ya

Las casas de los poetas

Las casas de los poetas

Hay muchas puertas para entrar en los poetas. La primera, evidentemente, es la principal, la de la obra. Sería vano querer acceder al corazón íntimo sin llegar a este por medio de los versos, ese camino que, al tiempo que avanza en lo horizontal, se eleva en los mejores a lo más cimero (y que también desciende, milagro simultáneo, a lo más hondo, a su hontanar). Pero también hay puertas secundarias, traseras, de servicio, que pueden ser complementarias de los zaguanes. Son estas las de las biografías, los estudios. Asimismo, como en aquella escala uno a uno del gran mapa de Borges, las casas en que vivieron los poetas, donde su hálito sigue, ayudan a comprender mejor a la persona y lo que esta escribió.

En Andalucía tenemos casas de poetas abiertas al público. Mencionar solo unas pocas sería discriminatorio para las demás, pero ahí están las relacionadas con García Lorca (Fuente Vaqueros, la Huerta de San Vicente) o la de un gallego que aquí se aposentó, Valente, en Almería. Durante los últimos años, dos inmuebles se han asomado de manera recurrente a los periódicos: son el chalet madrileño en el que Vicente Aleixandre mantuvo el salón poético más importante de España durante décadas, y la casa en que nació Luis Cernuda en la discreta y recogida, como él, calle Acetres en Sevilla.

La de Aleixandre no ha podido, a pesar de las beneméritas campañas, ser convertida en un centro que recuerde al poeta y al vórtice creativo que hubo allí, con tertulias, consejos, lecturas que encauzaron el quehacer de muchas de nuestras mejores voces, que buscaron el aliento y la simpatía de quien recibiría el Premio Nobel por méritos propios y en reconocimiento a su generación, la del 27. Si no el Ayuntamiento de Madrid, o la Comunidad, un consorcio con representación también del Ministerio de Cultura podría haber salvado el edificio, hoy en venta y con un panorama incierto por delante.

La de Cernuda, defendida por tenaces entusiastas, ha gozado de mejor suerte hasta ahora. Tras un largo camino en el que se sucedieron todos los obstáculos que pueden dificultar el avance, y que podrían haber dado al traste con el proyecto, el Ayuntamiento de la ciudad adquirió la casa, en estado semirruinoso, y se propuso crear en ella una casa museo que, sabia y afortunadamente, iría más allá de la evocación retrospectiva, del atesorar objetos y reproducir ambientes de época y, sin perder de vista lo museográfico, convertir esas paredes en un foco poético que a la par que iluminase la vida y obra de Cernuda sirviera de lugar de encuentros, recitales, talleres y espacios abiertos a la investigación, como el que puede facilitar una biblioteca específica.

Se redactaron por una empresa especializada las directrices museológicas y museográficas, y el Ayuntamiento recibió recomendaciones que incluían pasos que consolidarían la Casa como puente entre la poesía española y la hispanoamericana (ningún poeta como Cernuda, nacido en Sevilla y muerto en México, con sus emocionantes palabras sobre el idioma compartido, puede encarnar en su trayectoria esta misión). Hasta se realizó un catálogo razonado de pinturas, libros, pertenencias personales que podrían exponerse en la Casa, y a qué instancias recurrir para su adquisición o préstamo.

Las elecciones municipales de junio 2023 no ayudaron al buen ritmo del proyecto, que quedó estancado y solo lentamente ha empezado a ser reimpulsado por la nueva corporación, desde cuya Delegación de Cultura se sugiere que habrá noticias pronto. Que estas no desvirtúen el plan trazado, que la política no tuerza lo que ya estaba definido. Lo que se haga ha de ser para todos. Cernuda y su tierra lo merecen.

La casa de la vida es título de Dante Gabriel Rossetti adoptado luego por Mario Praz. Nunca ese sintagma puede llenarse de más significado que en el caso de las moradas de los poetas, pues la vida es poesía; y esta, raíz última del ser humano que por ella es más que lo biológico. Sin poesía, la vida es un frío caserón deshabitado. Las casas de los grandes poetas deben ser recuperadas no con una lánguida mirada arqueológica, sino con afán vital. Ojalá la de Aleixandre se incorpore sin dilación al destino al que está llamada. Y que la de Cernuda no se retrase más, que las obras comiencen y se dote a ese espacio tan importante en su formación (el libro Ocnos lo acredita) del contenido físico e intelectual al que también está destinada. Que cruzado su umbral, uno pueda decir, con el poeta, “para un andaluz, la felicidad aguarda siempre tras un arco”.

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