Tribuna

Federico Soriguer

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

Un cuento de Navidad

Un cuento de Navidad Un cuento de Navidad

Un cuento de Navidad / rosell

Esta historia que concelebramos en estas fechas, comenzó hace decenas de miles de años cuando, en el algún momento, un hombre o una mujer se acercaron a beber en la orilla de un lago de aguas tranquilas y vieron sus imágenes reflejadas en las aguas cristalinas. ¿De quién es esa cara?, preguntó ella, "es la tuya", contestó él, azorado, "la más hermosa de toda la tribu". ¿Y esa?, preguntó él, "es la tuya", reconoció ella, asombrada, mientras le miraba a él y miraba su cara en el lago reflejada. Comenzaba así, con esta hermosa metáfora, el largo discurrir de los humanos modernos. Un momento, que el psicoanálisis reconocería como el fundacional de la conciencia humana y que, bien pronto, muchas teodiceas identificarían cómo aquel en el que se produce la encarnación del espíritu inmortal en el interior de un cuerpo mortal. Una encarnación misteriosa que en la tradición cristiana formaría parte de los misterios que se suelen llamar "gozosos". Es también y, sobre todo, el momento en el que el hombre nombra por primera vez a Dios. Un Dios que como si de un espejo del mundo se tratara crea al hombre a su imagen y semejanza. Y así, aquel viejo simio, al mismo tiempo que se va humanizando se va también divinizando. Un Dios hecho hombre, un Dios nombrado e imaginado por el hombre, al que los humanos atribuyen aquellas virtudes que, como la fe, la esperanza y la caridad, terminarían llamándose virtudes teologales. Esta encarnación mistérica, solo creíble para quienes tienen fe, implica la intervención de un Dios que con paciencia infinita crea primero el Universo hace unos 14.000 millones de años, luego la Tierra hace 4.600 millones de años, y la vida hace unos 4.540 millones de años, incluyendo en el últimos segundo la aparición de la conciencia humana. Solo entonces, cuando el hombre pudo imaginarlo (¿hace menos de 200.000?), Dios es nombrado. Un mundo creado para que pudiera algún día habitar el hombre en la Tierra y cantar las alabanzas del Creador, que no otra cosa es el llamado principio antrópico, argumento que es utilizado hoy por los continuadores del diseño inteligente. Pero, no hace falta ser creyente para reconocerse en estas tres virtudes, porque la fe, la esperanza y la caridad, son antes que teologales, virtudes terrenales y universales. No son solo instrucciones para quienes aspiran a conseguir la salvación eterna, sino la manera de llamar a la solidaridad, el altruismo, la creatividad, el esfuerzo, por conseguir un mundo mejor. Ha sido con estas "virtudes" que anidan en lo más profundo de la filogenia humana, con la que los humanos han conseguido sobrevivir. Hoy, solo los creacionistas radicales creen literalmente en el Génesis, pues la propia Iglesia Católica, después de mantener un prudente silencio, finalmente, al menos desde el pontificado de Pio XII, aceptó la teoría de la evolución. No es nada nuevo y las buenas y viejas historia van cambiando conforme las cuentan nuevas generaciones. Porque la historia del Génesis y la historia de hombre no puede hoy ignorar a la evolución. Un viaje apasionante que ha terminado reescribiendo el misterio de la encarnación, que, sin dejar de serlo, ha pasado de ser un misterio sobrenatural a un misterio natural gracias a que los humanos se atrevieron a comer de la fruta prohibida. Hoy sabemos que a lo largo de decenas de miles de años aquel viejo primate siguiendo las leyes de la evolución se va haciendo, quizás por este orden "faber, loquiens, sapiens, religiosus y moralis". Es posible que en este tiempo se fueron seleccionando aquellos sujetos que tenían fe, esperanza y caridad, porque cuidar de los otros, colaborar en la supervivencia del grupo y proyectar el futuro con "la moral del Alcoyano", debieron proporcionar a los humanos ventajas evolutivas. Los ejemplos de lo que en biología evolutiva se llama "altruismo reciproco" son innumerables, aunque su interpretación esté lejos de ser univoca. Y esta nueva manera de contar la misma historia es tan reconfortante como la vieja historia del mito de la reencarnación, pues es bastante tranquilizador el saber que valores universales, como la fe, la esperanza y la caridad no son solo virtudes concedidas graciosamente por un Dios, por muy cierta y confortable que sea esta idea para muchos creyentes, sino propiedades de la biología humana que, aparecidas en el curso de la evolución, pueden ser consideradas virtudes darwinianas, encarnadas en nuestra propia condición de animales humanizados, y por tanto potencialmente presentes en toda la especie humana a través de la biología y expresadas moralmente a través de la cultura. En un momento en el que la evolución cultural no tiene un minuto de descanso, en el que los patrones culturales cambian de la noche a la mañana y donde la tecnología se ha convertido en la única conciencia del mundo, el hallazgo de que aquellas antiguas virtudes teologales sean un legado de la evolución y garantizaron la supervivencia de la especie, refuerza la posibilidad de que haya un lugar sobre el que podemos apoyarnos, situado ahí, en el corazón mismo de la condición humana, como el ancla de un barco, impidiendo que los vientos huracanados de una evolución cultural, ahora "abandonada de la mano de Dios", como se suele decir, terminen arrastrando hasta no se sabe dónde a toda la humanidad. Feliz Navidad.

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