Tribuna

María Esteruelas

La ilusión de vivir la primera Feria de Granada

Por un momento, me vino un recuerdo de las Fiestas del Pilar. Está claro que sea donde sea, la gente no se quiere perder sus celebraciones

Los granadinos llenaron el ferial desde el primer momento de la iluminación

Los granadinos llenaron el ferial desde el primer momento de la iluminación / Antonio L. Juárez / Photographerssports

Recuerdo la primera vez que oí hablar de la Feria de Granada. Acababa de llegar de Zaragoza después de cinco años viviendo en la ciudad del cierzo y comenzaba mi andadura en la capital nazarí. Un imponente monasterio albergaba mi nueva facultad y en uno de los descansos entre clase y clase, el único granadino del grupo me dijo "tienes suerte, este año podrás disfrutar del Corpus". Dicho y hecho, y el mismo sábado comencé a vivir mi primera feria. Ni Sevilla, ni Córdoba, ni Jerez, la primera: la de Granada

La expectativa era alta, no voy a mentir. Supongo que la gente de fuera tenemos un imaginario creado sobre cómo es una feria, pero no suele ir más allá de los trajes de flamenca y el rebujito. Poco a poco, las anécdotas que me contaban mis amigos iban aumentando mi ilusión por vivir el Corpus. Una semana en la que Granada, una ciudad que ya de por si me emociona, se vestía de gala para ir al recinto de Almanjáyar, iluminaba sus calles y vibraba al son de la música. Una fiesta que después de dos años sin celebrarse por la pandemia volvía por todo lo alto.

Aunque tenía el 11 de junio marcado en el calendario, fui consciente de que se acercaba la Feria al ver el cartel en la panadería de mi barrio. Al llegar a Reyes Católicos, el alumbrado ya estaba preparado y se extendía hasta Recogidas, y girando la esquina hacia calle Elvira, los farolillos iluminaban el ambiente. Toda una semana previa en la que la ciudad iba engalanándose para recibir a la altura el momento de comenzar sus grandes fiestas. Y después de esa ansiada espera que se fraguó desde que me mudé, por fin llegó el primer sábado. 

Bien entrada la tarde, y después de andar varios kilómetros por la ruta de Los Cahorros, en Monachil, me junté con mis amigos para tomar algo antes de ir al ferial. El rebujito ya estaba servido, con gran cantidad de hielo por el calor, las rosas bien colocadas en el pelo y el abanico en la mano. De fondo sonaban Enrique Morente y Camarón. Entre risas y cantes, ya pasadas las once, entramos en un Metro donde no cabía ni un alfiler. Por un momento, me vino un recuerdo de las Fiestas del Pilar. Está claro que sea donde sea, la gente no se quiere perder sus celebraciones más locales. 

Unas cuantas paradas hasta bajar en la de la carretera de Jaén y, para nuestra sorpresa, Almanjáyar nos recibió con fuegos artificiales. Todo el paseo lleno de gente observando la pirotecnia, las luces de las atracciones al fondo y la portada que recrea la Puerta de las Granadas, todavía sin iluminar. No esperaba que hubiera tanta expectación por ver el alumbrado de la feria, pero gente de todas las edades se agrupó en torno al escenario esperando el pistoletazo de salida oficial. Con un sitio privilegiado, pude ver como apretaban el botón y las miles de bombillas se iluminaron, dando paso a una noche debajo de los farolillos blancos y rojos, entrando y saliendo de las casetas, bebiendo jarras de rebujito, cantando y bailando hasta el amanecer. Un primer día de Feria que superó, con creces, cualquier expectativa que pudiera tener.

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