Una doble supeditación sufre hoy la mujer: la supeditación económica general a toda la clase asalariada, y la supeditación al varón”. Así comenzaba el artículo La emancipación de la mujer, publicado en El Socialista el 15 de enero de 1897, que ponía el acento en la doble opresión de las mujeres. Ese texto constituye toda una declaración de principios sobre el ideal de igualdad de Pablo Iglesias y su consideración hacia las mujeres como sujetos activos, capaces de contribuir a la construcción de una sociedad más equitativa. Pablo Iglesias se mostraba en sintonía con las ideas más avanzadas que circulaban en los ámbitos socialistas europeos, donde se debatía intensamente sobre la igualdad de las mujeres y su participación en la transformación social.
En la España de finales del siglo XIX e inicios del XX, marcada por la desigualdad económica, jurídica y política de las mujeres, Pablo Iglesias reconoció la doble opresión de las mujeres, insistió en su educación e integración social, política y sindical, abogó por la igualdad salarial y la abolición de la prostitución, y apoyó medidas que favoreciesen su organización política y sindical. Con ello mostró, dentro de los límites de su época, que la emancipación de las mujeres no solo era un objetivo, sino una condición necesaria para la emancipación general.
Esas ideas se irían perfilando y robusteciendo en las décadas siguientes, favorecidas tanto por la influencia de las corrientes del feminismo socialista internacional –plasmadas en las Conferencias Internacionales de Mujeres Socialistas– como por el empuje de las mujeres españolas que, poco a poco, empezaban a organizarse y movilizarse.
A comienzos del siglo XX comenzaron a surgir los Grupos Femeninos Socialistas. El primero de ellos nació en Bilbao en 1904, de la mano de las Juventudes Socialistas y de Virginia González Polo, quien formaría parte de la Comisión Ejecutiva del PSOE y de la UGT. En apenas una década, estos grupos se extendieron por buena parte del territorio –Madrid, Barcelona, Eibar, Mieres, Sevilla, Reus, Elche, Valencia, Yecla, Puertollano, Castellón, entre otras ciudades–. En una sociedad que asignaba a las mujeres el papel de esposas y madres, y las excluía del ejercicio de los derechos políticos, su creación configuró un espacio propio que les permitió desarrollar inquietudes, debates y acciones específicas, de manera independiente de los varones.
A este impulso contribuyó el semanario Vida Socialista (1910-1914) que contó con una sección fija dedicada al feminismo. En ella se dio voz a autoras como Amparo Martí, Caridad Alcón y María Ciges Aparicio, y se difundieron las ideas de destacadas líderes internacionales como Rosa Luxemburgo.
Entre los muchos debates sobre los derechos de las mujeres, el del voto fue uno de los que más atención despertó. Pablo Iglesias defendía “conceder a la mujer los mismos derechos civiles y políticos que tiene el hombre”, tal como proclamó en 1891 durante un mitin en San Sebastián. Años más tarde, ya en el siglo XX, el tema adquirió más fuerza y una perspectiva más combativa, gracias al impulso de las militantes socialistas. Una de ellas fue María Cambrils, que en 1925 publicó su libro Feminismo socialista, precisamente el mismo año en que falleció Pablo Iglesias. La obra está dedicada a su “venerable maestro”, a quien Cambrils describe como un “honorable adalid del Socialismo y consecuente defensor de los trabajadores de ambos sexos”.
Cuando se cumplen cien años de su muerte, sirvan estas líneas como homenaje a quien, desde las últimas décadas del siglo XIX, contribuyó a forjar y difundir un ideal de igualdad que aún guía nuestro presente. Su compromiso con esa causa no fue una simple anécdota, sino una convicción profunda que sembró las semillas de un cambio destinado a transformar de forma radical la sociedad.