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Granada, la ciudad de los caprichos para los jeques

  • Desde dormir en la Alhambra, hasta construir una réplica exacta... estos son los antojos de los gerifaltes árabes

  • Alfareros de Otura trabajaron en la copia de Riad bajo el máximo secretismo 

El exalcalde Díaz Berbel junto al príncipe Abdelaziz bin Fahd

El exalcalde Díaz Berbel junto al príncipe Abdelaziz bin Fahd / Juan Ortiz

La fruición, el goce vivo de realizar un capricho está, precisamente, en la exquisitez efímera. Los deseos complacidos se presentan como pequeños golpes de piedad hacia uno mismo, esos "porque me los merezco" o "para eso trabajo" que son capaces de reconfortar un día. De alguna manera sabemos que al realizar cierto capricho se va a poner una tirita a algún desconsuelo o, simplemente, vamos a hacer realidad un antojito "porque la vida es corta". Al concedernos a nosotros mismos esos pequeños lujos, creamos un espacio de autoamor necesario, vital. 

Pero no todos tenemos los mismos caprichos. El vulgo se conforma con, como decimos, un concierto, una cena más cara de lo normal o una escapada de fin de semana. Pero hay clases y clases. Y hay quienes tienen entre sus placeres ansiados instalarse en la Alhambra unos días o, incluso, poseer una. El toque de magia para esquivar la rutina de algunos pasa por altas cotas de lujo, exceso, ostentación, pompa y dosis de nostalgia.

La pasión de los jeques árabes con Granada es un capítulo a parte en nuestra historia reciente. Existe una filia, una fijación que atraviesa décadas, dinastías saudíes y cataríes con esta ciudad. Quizás levantada por su historia, la de su fisonomía, la de sus calles y monumentos entre los que, por supuesto, la Alhambra reina como visión ancestral de 'carne y hueso'. 

Pidió instalarse en la Alhambra, su hotel en exclusiva 

Tenía apenas 24 años, era príncipe, joven y había pocas cosas fuera de su alcance. Es Abdelaziz bin Fahd es el hijo menor del fallecido Rey Fahd de Arabia saudí. En sus asiduos viajes a España, en concreto a su sede social, Marbella, no podía faltar una visita a Granada para calmar ese prurito de deseo que le tenía obsesionado: deleitarse con la Alhambra. Este joven millonario (hizo una fortuna de 5.000 millones de dólares gracias a su padre) pidió en 1997 poder instalarse en el mismísimo complejo monumental nazarí en uno de sus viajes a esta ciudad. Como en un hotel y acompañado de todo su séquito y pertrechos. Como era lógico, desde la Alhambra se le denegó tal petición, el director del Patronato era Mateo Revilla. 

Tras el plan frustrado, Abdelaziz decidió que si no podía estar dentro, sí conseguiría admirar las vistas desde una colina situada frente al monumento andaluz. Este es uno de los episodios más extravagantes de la historia del siglo XX de Granada: cuando un príncipe saudí instaló un fastuoso campamento de jaimas en la Silla del Moro. Tiendas, alfombras, comida y bebida, sillas y demás equipajes fueron el improvisado pero 'profesional' palacete al aire libre del exótico jerifalte. Dicen que hasta llevaba consigo a su halconero. 

Quien estaba encantado con el saudí era el entonces alcalde de la ciudad, Kiki Díaz Berbel. El popular que permitió que se levantara el campamento de jaimas, visitaba a Abdulaziz en sus nuevos aposentos y, más tarde, tras entablar una relación estrecha con el príncipe, Díaz Berbel llegó a decir de él que era "un tío superhumano". Se desconoce si el príncipe le vendió el 'oro y el moro' (valga la expresión) o si, simplemente el regidor vio en esa amistad una oportunidad para patrocinar la ciudad allende el Mediterráneo. 

El lujo de construir tu propia Alhambra

Un año después, en 1998, el malogrado antojo de residir en la Alhambra durante unos días llevó a Abdulaziz hasta su nueva idea: construirse su propio complejo palaciego a imagen y semejanza del granadino en la capital de su país. Pero no pensó en crear algo parecido, se propuso (y esta vez sí lo logró) edificar una copia exacta y rigurosa de la Alhambra. Tan solo dejó fuera dos detalles: el Palacio de Carlos V y la iglesia de Santa María de la Alhambra, ambas construcciones cristianas y fuera de la época que el príncipe tenía en mente reproducir. 

Una Alhambra en el desierto, en concreto a las afueras de Riad donde, además, levantó un terreno para simular una colina donde se plantaron bosques con especies traídas de Australia, ya que las autóctonas de Granada no sobrevivirían a las altas temperaturas de Arabia Saudí. Lo que no pudo copiar fueron las vistas a Sierra Nevada.

El complejo se construyó bajo el más estricto secretismo y en una extensión de 10,6 hectáreas. Lo que en su día conllevó 7 siglos construir, el príncipe consiguió ver emerger en cuatro años. Tuvo al fin su Alhambra gemela gracias a los trabajos de más de 5.000 operarios (la mayoría filipinos) y un grupo de selectos expertos, tanto granadinos como de otras latitudes, que realizaron la réplica también gracias a los planos originales y fotos a escala. Dicen que la copia es tan fiel que incluso incluye grietas y desperfectos. 

De hecho, parte del mérito de esta obra faraónica recae en las manos de artesanos de Granada. De Otura, en concreto, salieron todas las piezas de cerámica que contiene el palacio saudí. El encargado, junto a su hermano y su sobrino, fue Isidro Ruiz Muros, un reputado e histórico ceramista granadino quien elaboró y coció cada pieza de la réplica contadas por miles. 

De Arabia Saudita a Catar, unidos por un capricho

En el siguiente caso de antojos egregios relacionados con Granada y su pasado árabe, hay que cambiar de país y de dinastía. El último de los caprichos de la realeza africana está relacionado con el barrio del Albaicín, mirador natural a la Alhambra. 

El dueño del club París Saint Germain, multimillonario jeque de la dinastía Al Thani y actual emir de Catar pretende derribar un carmen histórico para edificar su propio 'oasis' catarí. En 2019, Tamim Bin Hamad al-Thani compró por 17 millones de dólares -una ganga para según qué economía- el Carmen de San Agustín, en el carril de las Tomasas del Albaicín. La parcela es una de las más grandes del barrio con 6.000 metros cuadrados y cuenta con unas vistas a la Alhambra de ensueño. 

El emir tardó dos años en cerrar la compra del lugar y después de eso comenzó su proyecto de derribar la construcción para erigir encima su 'sueño' granadino con vistas a las estrellas. Pero con el PGOU hemos topado, en concreto con el Plan Albaicín, que vigila exhaustivo cada cambio o movimiento urbanístico que se produzca en el barrio declarado patrimonio mundial. 

El primer proyecto del catarí fue rechazado y, según relataba este periódico, "después de esa negativa se consultó un cambio en el proyecto que de nuevo incluía la demolición del carmen pero esta vez contemplaba su reproducción exacta desplazándolo de su ubicación actual para adelantarlo unos metros". El plan B también se frustró ya que para derribar el carmen se necesitaría descatalogarlo, cuestión imposible aunque poseas unas de las mayores fortunas del mundo, dado que tiene un nivel 3 de protección (protección integral) en el Pepri Albaicín. 

Esta historia de caprichos árabes sigue viva, pues el emir (dueño también de Miramax, Al Jazeera,Tiffany o Harrods) tiene que adaptarse a la norma e intentar ahora un nuevo paso que le permita conseguir su sueño arquitectónico en tierras granadinas, amén de la ordenación urbanística.

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