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Emocionante retablo

Programa: 'Simple Simphony', de Benjamín Britten; 'Concerto para clavicémbalo, flauta, oboe, clarinete, violín y violoncello' y 'El retablo de maese Pedro', de Manuel de Falla. Intérpretes: Compañía Etcétera. Dirección de escena: Enrique Lanz. Solistas: Laura Sabatel, soprano (Trujamán), Pablo García-López, tenor (Maese Pedro), Isidro Anaya, barítono (Don Quijote), Diego Ares, clave. Orquesta: Ciudad de Granada (OCG). Dirección musical: Manuel Hernández-Silva. Lugar y fecha: Parque de las Ciencias, 25 de junio de 2013. Aforo: Lleno.

Jornada, a mi parecer, la más admirable de lo que llevamos de Festival. Y lo digo por muchos motivos. El primero de ellos, porque fue donde el público -y el crítico, por supuesto- sintió la garra de la emoción, esa que llega cuando la entrega de los que intervienen en la audición o el espectáculo es total y está impregnada de ese entusiasmo y capacidad que exige cualquier puesta en escena. A pesar de las dificultades del reducido espacio y de las malas condiciones acústicas y otras muy diversas, al público le llegó la fuerza de un espectáculo dónde no sólo se le rendía homenaje a Manuel de Falla -que, como he repetido desde hace décadas debe estar presente siempre en el Festival-, sino a Granada, la ciudad donde terminó el Retablo y encontró el apoyo y la colaboración de muchos granadinos que trabajaron con el compositor en el estreno en el domicilio parisino de la princesa de Polignac, en 1923. Ahí está el grabado de Hernando Viñes, del programa del estreno, firmado, entre otros por el propio Manuel de Falla, Manuel Ángeles Ortiz y Hermenegildo Lanz , creador de los muñecos que se mostrarían en la propia Granada en la representación del año 1927.

Que precisamente sea su nieto Enrique, con la Compañía Etcétera, quién muestre en Granada -tras su éxito en el Liceo de Barcelona, Madrid y otros lugares- un teatro gigante de marionetas para dar 'vida' a los personajes de la obra y que sea una orquesta granadina, la OCG, la que magnifique la riqueza y originalidad de la pieza musical, tiene que hacernos vibrar las fibras más sensibles de algo que difiere totalmente del localismo, porque habla de la universalidad que ha rubricado lo mejor de las esencias creadoras de una ciudad. Una ciudad donde Manuel de Falla, en su retiro de La Antequeruela, escribió su trascendental Concierto para clave y cinco instrumentos, que marcaría no sólo una profunda evolución en su creación artística, sino un paso adelante decisivo en la música española.

Todos esos elementos, y algunos más, estuvieron presentes en el concierto del Parque de las Ciencias. Seguramente, si las cosas en lugar tan cicatero como éste funcionasen de otra manera, podría haberse representado con más espacio y comodidad, tanto para intérpretes y público, si, justo enfrente del Parque de las Ciencias, se hubiese levantado ese Teatro de la Ópera que duerme, con proyecto concluido, ese sueño eterno e injusto de Granada.

El programa se iniciaba con una interpretación ajustada de la Sinfonía simple, de Britten, del que se conmemora el centenario de su nacimiento, donde la OCG tuvo suficiencia para resaltar el clasicismo juvenil del compositor británico, sobre todo en el movimiento juguetón de los pizzicatos. Para embarcarnos en una segunda parte dedicada íntegramente a Falla, iniciada con el Concierto para clave y cinco instrumentos. Los que estábamos cerca pudimos percibir mejor los matices que pone en juego Falla en esta página maestra, subrayados por una OCG impecable, bajo la dirección de Hernández-Silva, y la solvencia de Diego Ares, en el clave.

Pero el programa se concentraba en El retablo de maese Pedro, con el papel fundamental de la compañía Etcétera y las marionetas gigantescas que Enrique Lanz ha preparado para esta escenografía, en homenaje a su abuelo que en el estreno en casa de la princesa de Polignac accionó las marionetas de Sancho Panza, el Ventero, el Estudiante, el Paje y el Hombre de las lanzas y Alabardas, junto a Elvira Viñes Soto y Manuel Ángeles Ortiz. Esta vez, el teatrillo donde se representa la historia de Melisendra tiene otros personajes gigantescos que asisten al mismo y que son movidos con singular maestría, hasta adquirir auténtica vida propia. Ocurre, por ejemplo, cuando don Quijote derriba el teatrito para defender a los enamorados que huyen en caballo, perseguidos por los moros. La voz del barítono Isidro Anaya, potente y noble, como el caballero de la triste figura, se impone en un final sumido en la transparencia de las cortinas del telón, donde queda la figura inerte de don Quijote, entre el humo de la quema de sus libros de caballería que es como un símbolo de la quema de los ideales que defendió el 'loco de La Mancha'.

Esta genialidad de movimientos, que el público puede contemplar con el esfuerzo de los extraordinarios profesionales que manejan las pesadas marionetas, y que define la categoría de la compañía Etcétera y de su director Enrique Lanz, tiene, el respaldo -o el protagonismo, como es natural- de la música bellísima y genial de Falla, en una interpretación de la máxima calidad llevada a cabo por la Orquesta Ciudad de Granada, dirigida de forma elocuente y magistral por Manuel Hernández-Silva. Por supuesto, no podemos olvidarnos de las voces, excepcionales y adecuadas a los personajes, de la soprano Laura Sabatel, en un expresivo y cálido Trujamán, o la del tenor Pablo García-López, en su interpretación sobria de Maese Pedro, además de la mencionada voz de Don Quijote.

Velada para el recuerdo. Para subrayar los valores surgidos de una Granada que siempre ha estado viva, pero que sigue dando valores universales, pese a ese letargo que decía Ganivet hablándole a los torreones de la Alhambra: "¡Qué silenciosos dormís… pensando en una muerte lejana!".

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