LA CRÍTICA

Cincuentenario con dos ilustres maestros

orquesta sinfónica de rtve

Conjunto: Orquesta Sinfónica de RTVE. Programa: 'Rapsodia sobre un tema de Paganini, op. 43', de Sergei Rachmaninov; 'Sinfonía núm. 1 en re mayor, 'Titán', de Gustav Mahler. Pianista: Joaquín Achúcarro. Director: Eliahu Inbal. Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 26 junio 2015. Aforo: Lleno

La Orquesta Sinfónica de RTVE celebró su 50º aniversario con un concierto en el Festival, en el que ha dejado muy gratos recuerdos con diversos programas y directores. El crítico recuerda, entre otros, dos magistrales actuaciones, en julio de 1984, junto con su coro, dirigidos por el granadino Miguel Ángel Gómez Martínez, en una gran versión de El Rey David, de Honegger y al siguiente día, nada más y nada menos, con la Tercera Sinfonía, de Mahler, prueba al alcance sólo de las mejores orquestas y directores internacionales.

La noche del viernes, en el año de su cincuentenario, estuvo acompañada de dos maestros de la interpretación pianística y de la dirección orquestal: Joaquín Achúcarro y Eliahu Inbal. Ser octogenarios en música no es, como tantas veces se ha demostrado, un impedimento, sino todo lo contrario. Recordaremos, salvando las distancias que se quieran, los pasos inolvidables por el Festival de Mrawinski, Solti, Celidache, entre tantos otros, o la frescura pianística de Rubinstein o Claudio Arrau, auténtico escultor del alma del piano, como lo demostró a sus 85 años en 1988, en el auditorio Manuel de Falla. Pianistas míticos en cuyo grado hay que incluir al bilbaíno Joaquín Achúcarro, presente en el certamen desde los comienzos del mismo. En 1968 le escuchamos esta misma obra, con la ONE, dirigida por Zubin Mehta.

En una obra tan difícil, desde el punto de vista técnico como interpretativo, como la Rapsodía sobre un tema de Paganini, op. 43, de Rachmaninoff, nos mostró su eterna juventud interpretativa, su calidad, limpieza y viveza de un piano dominado en sus más recónditas posibilidades. Esta obra del virtuoso y apasionado compositor, con la mirada y el corazón puesto siempre en su Rusia eterna, sobre todo desde su exilio, es expresión cumbre del pianismo universal, pese a que el autor fuera considerado como un creador anclado en un trasnochado romanticismo, para los críticos de su época, quizá por su apasionado amor a la herencia de Chopin -creó precisamente 24 preludios, el mismo número que hiciera el polaco-, pero acabó imponiéndose su enorme personalidad, su fuerza y el dinamismo que le ofrece a un piano renovado en sus posibilidades.

En realidad son un tema -que curiosamente no aparece al comienzo- y 24 variaciones sobre el Capricho 24, de Paganini, en las cuales pueden encontrarse los contrastes y coloridos más diversos, desde el intimismo al humor, de la ironía al drama, incluso la idea fúnebre del Die Irae; desde la picardía a la solemnidad, desde la grandiosidad y opulencia a la meditación. Y en ese cúmulo de emociones es donde se examina el gran intérprete, no sólo atentísimo a las dificultades técnicas, sino a la expresión de ese universo. Cuando llegamos a la variación 18, la más cálida y universalmente conocida, el oyente-espectador está ya rendido a la magnitud de la obra, en un apasionado diálogo entre piano y orquesta, en ningún caso secundaria, y sólo espera seguir sorprendiéndose de este verdadero concierto pianístico-orquestal.

Dos maestros hicieron realidad este milagro sonoro. Achúcarro e Inbal nos convencieron por la perfección y elocuencia puesta en juego y la orquesta supo responder al reto que le preparaba el piano apasionado, en el que Achúcarro mostró una contundencia técnica irreprochable. Los que nos hemos acercado al estudio del piano podemos reconocer mejor el enorme reto y justificar insignificantes roces que no ocultan, sino que sitúan en su exacta dimensión humana, este retablo pianístico, casi un concierto por la división interna, que sólo son capaces de afrontar pianistas de la categoría de Achúcarro. Estaba justificado el homenaje del público al veterano maestro que, obsequioso, nos regaló dos nocturnos, el último el que Scriabin compuso sólo para la mano izquierda, en el que pianista vasco realizó un ejercicio de plenitud técnica y emotiva.

Orquesta y director abordaron, como broche a este recordatorio de los 50 años de la agrupación, la Sinfonía num. 1, 'Titán', de Mahler. Sobre una estructura clásica -limitó a cuatro movimientos los cinco iniciales- el autor empieza a revelarnos su personalidad y atreverse ya a un manejo orquestal que supera los listones que habían puesto Wagner o Strauss. La innovación principal es la riquísima y original orquestación. Es verdad que nadie se había atrevido, como dice Sylvie Dernocourt, a emplear madera cuadricuplicada, cuatro trompetas, tres trombones y ocho trompas, sin doblar las tubas, añadiendo timbalero segundo y, en algunas versiones, címbalos turcos y hasta un orfeón.

Ese despliegue orquestal necesita una orquesta al límite de sus posibilidades. Y el veterano, cuidadoso en ordenar ese enorme caudal sonoro, Eliahu Inbal, supo poner a la Sinfónica de la RTVE en ese límite. Los efectos de las trompas en pie, los contrastes, entre maderas, el lamento de un contrabajo, las oleadas de las cuerdas, el torbellino sonoro, subrayado por timbales y todos los elementos de una manera nueva de expresarse una orquesta -la forma Mahler- obtuvieron una respuesta admirable en los profesores y en la manera de llevar esta apoteosis grandiosa de la paleta de Mahler, que abre con esta sinfonía otra manera de escuchar música. Estos son los verdaderos avances de la historia de la música de recuperar otros modos de hacernos llegar los sonidos, los que desde el escenario envuelven a todos. Mucho más nuevo y poderoso que hacernos tirarnos al suelo en el infausto Requiem, de Brahms, para coro y pianillo que sufrimos del día de San Juan, con su ridícula perfomance berlinesa.

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