manías

Erika Martínez

Cartones para la poesía

DURANTE un viaje a Buenos Aires, en el año 2004, tuve la oportunidad de visitar el taller de la editorial más peculiar que he visto en mi vida: Eloísa Cartonera. Su proyecto, hoy conocido en todo el mundo, tenía entonces poco más de un año de vida. Fundada por los escritores Washington Cucurto y Javier Barilaro, Eloísa Cartonera fue concebida como un proyecto artístico, social y comunitario sin ánimo de lucro. Su intención: crear un catálogo de lujo con materiales de desecho. Tras dos años de debacle, Argentina empezaba a salir de una crisis cuyo alcance no podemos ni imaginar desde la trágica España de la recesión. Unos 40 mil cartoneros entraban cada noche en el centro de Buenos Aires, para recolectar y luego vender cualquier derivado del papel apto para el reciclaje. Eloísa Cartonera nació con ellos.

La idea era comprar a los cartoneros papel a un precio justo y contratar a varios de ellos para manufacturar libros, dentro de una frutería alquilada como taller en el barrio de La Boca. Los textos se imprimían con la ayuda de una vieja copiadora y las tapas se fabricaban con cartones recortados con cúter y un molde de letras sobre el que se aplicaban témperas. Los libros eran rudos y originales, el proyecto fue un éxito. Inspiradas en Eloísa, las editoriales cartoneras se multiplicaron en toda Latinoamérica, hasta convertirse en un fenómeno de la edición marginal. En España se abrieron la Editorial Ultramarina Cartonera & Digital, Cartonerita Niña Bonita, las Meninas Cartonera y -quizá les suenen- los Cartones del Diente de Oro.

Recuerdo que la primera vez que oí hablar de los Cartones granadinos, allá por 2009, sentí cierta incomodidad. Es cierto que un libro producido de forma rudimentaria con materiales de reciclaje podía perturbar las expectativas materiales del maniático lector europeo, pero las condiciones históricas en las que había nacido Eloísa distaban mucho de las nuestras: lo que en Argentina era un intento de dignificar un trabajo miserable mediante la producción de libros, podía llegar a cobrar en la Europa del dispendio un aire de frivolidad. El tiempo se ha encargado de llevarme la contraria. En un país como el nuestro, donde la destrucción de empleo y la pérdida de derechos laborales sigue sin tocar fondo, hay que buscarse la vida. Mientras la industria editorial tiembla, la literatura insiste en pequeños sellos fundados por escritores y asociaciones culturales. El Diente de Oro presentó ayer su cartón n.º 12: Mapa aéreo, de José Carlos Rosales. Bienvenidos sean siempre los viejos cartones y la buena literatura.

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