palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Peatón en el Darro

NACÍ en la Carrera del Darro cuando la calle, aunque parezca inventado, era de dos direcciones: unas veces los burros subían hacia Los Tristes y otras bajaban hacia Plaza Nueva y los arrieros no topaban entre sí, ni rozaban los serones ni necesitaban semáforos; con la misma comodidad circulaban la carreta del lechero, el carro del mano del trapero o las cestas enormes y tiernas de los vendedores ambulantes de tortas. Tampoco las escasísimas motos y automóviles que se internaban por la Carrera se cerraban el paso. Cuando aumentaron los vehículos de motor la hicieron de una sola dirección, aunque las bestias de tiro seguían a su aire. Luego entró un autobús viejísimo que tomábamos para ir al instituto de la Carretera de Murcia. Los automóviles se incrementaron y llegó un momento en que los peatones aprendimos a encoger la barriga en las aceras estrechísimas para que no nos rebanaran los vehículos. Pero lo peor, lo que aniquiló al barrio, fue lo que vino tras los coches y los turistas: la invasión de bares, la compra de edificios de vecinos para convertirlos en hoteles o para abandonarlos a la espera de una mejor especulación; la apertura a mansalva de tiendas, unas de aspecto aceptable pero otras simples bazares de agua y bocadillos de un jamón oscuro y coriáceo. Y al final casi todos nos fuimos o, mejor dicho, nos echaron y la Carrera se convirtió en ese espacio hermoso pero falsificado que ahora el Ayuntamiento ha hecho peatonal.

Y lo ha hecho de una manera tan apresurada que la utopía que todos soñamos una vez antes del exilio definitivo al extrarradio de la ciudad o a los pueblos del cinturón de una Carrera y un Paseo agradables y plácidos se ha transformado en una discusión tridentina. El Ayuntamiento ha ido tan de prisa que se ha olvidado de todos: de los repartidores de cerveza y comestibles y de los abuelos que resisten en sus viviendas en las calles paralelas. Ayer la impetuosa delegada de Tráfico tuvo que improvisar una solución que parece de risa; poner taxis gratuitos para transportar a los jubilados que se han quedado de pronto sin autobús y varados en sus casa. Telesfora Ruiz, que esta es su gracia, se ha preocupado tanto de los coches que ha olvidado a las personas. Mal asunto.

Pero hay más, porque la peatonalización se hace a costa de derivar el tráfico por una calle apartada y pintoresca, San Juan de los Reyes, con tramos tan estrechos que los muros están marcados por miles y miles de rebañones de pintura de las chapas de los coches. ¿Por qué se desvía el tráfico por allí? Mi experiencia me dice que la invasión de automóviles es la avanzadilla de los turistas, de los ensanches y de la apertura de establecimientos. De hecho, el plan del Albaicín está paralizado porque la Junta se ha opuesto a la transformación de San Juan de los Reyes. ¿Nos están engañando de nuevo?

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