la columna

Juan Cañavate

La soledad del gobernante

SORPRENDE, para su aspecto, la fortaleza que demuestra el señor alcalde de Granada cargando sobre sus hombros cualquier peso que le pongan por delante. En serio, créanme, que no hay ironía en mis palabras, sino el reconocimiento sincero de su responsable bonhomía y de su sacrificio y entrega cotidiana. Hace unos días, sin ir más lejos, intenté cruzar la plaza de Bibrrambla ocupada por arriba y por abajo, en las marquesinas dispuestas al efecto y en donde no están las marquesinas al efecto, con mesas y terrazas y, al no poder hacerlo, le pedí a una joven camarera que habilitara si tuviera a bien, un pasillito, aunque fuera estrecho, para poder cruzar. -Al alcalde, al alcalde-, me respondió la amable señorita, miestras me hacía ver que, de esas cosas, quien daba las órdenes personalmente era don José y descubriendo yo, con admiración, que entre don José y la decisión de llenar aquello de mesas hasta la fuente no había nadie sino la soledad del gobernante, a veces tan incomprendido cuando los que le rodean no dan la talla. Y es que, al margen de la amistad que, según cuentan, mantiene nuestro preclaro regidor con un conocido hostelero que cada día gana unos pocos metros más a nuestras plazas para incorporarlos a su negocio, ya me había llegado a mí la noticia de que el señor alcalde, cuando no le gusta lo que ve, se arremanga y decide él solo y sustituye las farragosas recomendaciones técnicas del personal municipal, por sus decisiones personales, que pudieran parecer arbitrarias, pero que en realidad son concluyentes.

Presume, también, según comentan, de trasladar cualquier asunto por muy técnico que sea, al espinoso espacio de la polémica política donde, honesto es reconocerlo, suele fajarse bien y le gusta presumir de ello, y transforma cualquier nimiedad que pudiera resolverse con un poco de sentido común o un lápiz y una goma, en un pulso que está acostumbrado a ganar con la sin par ayuda de su amable clá y la más que evidente debilidad de su oponente; una oposición que no termina de encontrar suelo firme donde apoyarse y hueco por donde devolver los golpes.

Empezó por el Metro, que los técnicos dijeron que por arriba y él que por abajo y que la culpa era de Sevilla, y consiguió ganar la batalla y hundir media ciudad, y siguió con el AVE y más o menos, lo mismo. Y ahora se ha metido en el berenjenal de dejar al Albaicín aislado, pese a quien pese. Problema que, seguro estoy, como el del Metro en el Zaidín, podría resolverse con algo de reflexión y de diálogo, aunque tuviera que dejar de ser la demostración gráfica de que aquí manda su sombrero y de que los autobuses pasan por donde su excelencia diga.

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