mar adentro

Milena Rodríguez / Gutiérrez

Ascensor a la Alhambra

DESDE hace ya unos cuantos años, numerosos políticos regionales y municipales de distintos colores decidieron convertirse en (malos) promotores turísticos. Construir carreteras y edificios (inútiles) e inventarse frivolidades insulsas para atraer de cualquier modo a los ingenuos visitantes que vienen de fuera, en lugar de pensar en los ciudadanos de dentro, se transformó en una obsesión y muchas veces en su ocupación más importante. A menudo, uno se pregunta a quién representan y para quién trabajan nuestros gobernantes.

El alcalde de Granada es uno de esos políticos empeñados, a toda costa, en la labor turística. Una de las ideas fijas de nuestro alcalde, una de sus ideas estrella, es ese ya famoso proyecto de ascensor para subir a La Alhambra. Un ascensor que, según él, resulta necesario para acercar un monumento supuestamente muy lejano a la ciudad. Pero que, sobre todo, no se cansa de repetir, sería definitivo para conseguir que un número muy alto de turistas se quede en Granada varios días, conozca la ciudad y no se largue, como ahora hace, justo después de su visita al monumento.

En estos días, en medio de la quiebra y del desastre económico y social en que vivimos, esa especie de Período Especial español (siempre pensé que el Período Especial era sólo cosa de Cuba), el alcalde ha vuelto, como una especie de obstinado y ciego Comandante (siempre pensé que la obstinación y ceguera de Comandantes era sólo cosa de Cuba) a machacarnos con su plan del ascensor milagroso, el ascensor convence-turistas, el ascensor engaña-bobos.

Al margen de las cuestiones relacionadas con el medio ambiente y la economía, muy relevantes, por supuesto, nunca se toma el Comandante granadino la molestia de explicar en qué consisten la propiedades mágicas del ascensor alhambreño. Porque si es cierto que un ascensor hace fácil la subida, lo es, también, que hace muy fácil y rápida la bajada, y con ella, el irse, el escapar, el huir de esta ciudad cuanto antes una vez que se ha realizado el ansiado sueño de conocer La Alhambra.

El elevador del alcalde granadino me recuerda, aún más en el momento en que vivimos, los miles de extravagantes y fallidos proyectos del Comandante en Jefe cubano; todo ese aire embotellado que nunca fue y que nos iba, decía, a hace vivir mejor y más prósperos a los cubanos. En Granada no necesitamos construir el elevador lisboeta de Santa Justa. Necesitamos un gobernante que esté dispuesto a mirar primero a los de dentro, y a vivir, no en el aire de los ascensores, sino pisando con los pies sobre la tierra.

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