El Observatorio

josé Carlos Del Toro

Lugares

HAY lugares que merecen un monumento. Bueno, hay lugares que son monumentos en sí mismos. Tener la oportunidad de presenciarlos, de vivirlos, de sentirlos es uno de los grandes privilegios que tenemos los seres humanos. Y no hay que irse muy lejos. Mi ciudad, Granada, está llena de ellos y es ella toda un privilegio y un bien a conservar, aunque algunos vecinos se empeñen en no enterarse y actuar en consecuencia. No me canso de recomendar rincones a los colegas tanto españoles como extranjeros que me visitan. Tiene la que probablemente sea la calle más bonita del mundo, el Paseo de los Tristes, y uno de los atardeceres más bellos, el que se contempla desde el Mirador de San Nicolás. Sin embargo, cuando Bill Clinton lo puso de moda entre sus compatriotas, probablemente no había visto otro aún mejor: el que se disfruta a través del espacio escénico del teatro municipal La Chumbera, en el Sacromonte. Los inefables ocres y rojos de la Alhambra refulgen ante el público que probablemente se dispone expectante, ansioso, emocionado, a disfrutar de un espectáculo flamenco. Pocos crepúsculos pueden parangonarse con ese.

Pero si espectacular es la caída del sol, ¿qué me dicen ustedes de su salida? También yo puedo presumir de haber presenciado amaneceres de primera. Los que como yo hemos tenido la fortuna de despertar en la costa de poniente del Mar Menor, esa laguna salada de espectacular belleza y de no menos espectacular peligro de extinción medioambiental, solo nosotros hemos sido ungidos por los dioses para contemplar un espectacular espejo plateado (el agua hay días que se muestra excepcionalmente calma) al fondo del cual se eleva majestuoso el astro dorado recortándose a través de los edificios de La Manga y de la montaña de la isla del Barón. Créanme que si, además, la visión se efectúa desde los humedales donde habitan temporalmente los flamencos (de nuevo el flamenco) y otras zancudas, el espectáculo es indescriptible. Pero yo, además, durante unos cuantos veranos he tenido una oportunidad única. La ventana de mi dormitorio, perfectamente orientada a levante, dejaba entrar hilos de luz a través de las pequeñas rendijas de una persiana convencional casi cerrada. La magia obraba en ese momento y la habitación se convertía mañana tras mañana en una gran cámara oscura que proyectaba la imagen (invertida) del Mar Menor en las puertas de mi armario. ¡Lo primero que contemplaban mis ojos al despertar era una postal! Hay lugares que son monumentos y esperan a que nosotros los convirtamos en tales presenciándolos, viviéndolos, sintiéndolos y contándolos.

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