El termómetro

ENRIQUE NOVI

Confesiones de un insensato

LO que van a leer a continuación es una fabulación. Cualquier parecido con la realidad debe ser considerado una mera coincidencia: Visto con perspectiva, una vez que los acontecimientos han tenido lugar, resulta muy fácil, incluso para mí, señalar aquellas decisiones erróneas que me llevaron a la actual situación. Pero entonces, cuando hubo que tomarlas, la línea entre lo acertado y lo que no lo era no se presentaba clara y definida sino tenue, difusa, imperceptible. Todo comenzó el día que la empresa me comunicó que entraba en concurso de acreedores y que yo me iba al paro. La noticia no fue grata, pero la acepté sin dramatismo. Mi antigüedad me permitía disfrutar de una prestación por tiempo suficiente para encontrar una nueva ocupación. La primera decepción llegó con la firma del finiquito. Tuve que firmar una carta de despido que reflejaba una indemnizaban de varios miles de euros, aunque no recibí ni un duro. Me dijeron que así podría cobrar un porcentaje a cargo del fondo de garantía salarial. Año y medio más tarde la Agencia Tributaria me exigió la parte correspondiente del dinero que no había visto. La prestación tampoco llegué a cobrarla. Sugestionado por los mensajes que escuchaba a mi alrededor (crisis significa oportunidad; mantén un espíritu positivo y no caigas en el desánimo; si no encuentras un trabajo por cuenta ajena, hazlo tú mismo; sé emprendedor) me decidí por convertirme en autónomo. Me acogí a la opción de dedicar la cantidad que me correspondía de prestación a pagar una parte de las cuotas de la SS. Monté una pequeña empresa. Comencé a facturar para la Administración e incluso me concedieron una subvención. Pero facturar no conlleva necesariamente cobrar. En cuatro años me vi sumido en una crisis de liquidez, en una asfixia económica. Los pagos de la Administración no llegaban pero los recargos de hasta el 20% de la SS por no pagar las cuotas a tiempo sí, siempre puntuales. El ministerio que me había concedido la subvención reclamó la devolución del 50% por no haber pagado a tiempo una de las facturas presentadas en el proyecto, un retraso producido, precisamente, por los impagos de ese mismo ministerio. Tiré de las tarjetas de crédito inconsciente aún de que muy pronto los intereses que generaba cada retraso multiplicarían en poco tiempo el montante total. Ahora el teléfono de mi casa no deja de sonar y mis hijos me preguntan por qué no respondo. No puedo tener una cuenta a mi nombre porque me embargan automáticamente los ingresos. Y vivo de la caridad de mi familia política, que nunca me tuvo en gran estima.

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