Manías

erika Martínez

La casa del perdón

CÓMO va a suponer un conflicto que la Iglesia homenajee a los miembros de su comunidad asesinados durante la Guerra Civil? ¿Acaso no tienen derecho creyentes y prelados a recordar a quienes consideran como suyos, a condenar su muerte injusta? ¿En qué país democrático puede ser eso un problema? Sin lugar a dudas, en el nuestro. Un país en el que las autoridades religiosas, respaldadas a nivel simbólico, legal y ejecutivo por diputados, ministros y senadores, han demonizado y obstaculizado nuestro proceso de memoria histórica con todos los medios que estaban a su disposición. Un país en el que miles de represaliados de la Guerra Civil y del franquismo siguen enterrados en las cunetas, sin derecho no ya solo a un entierro digno, sino incluso a que sus familiares conozcan su paradero. Un país en el que la Iglesia apoyó la sublevación militar contra un gobierno legítimo y democrático, y a la que siguió una Guerra Civil durante la cual fueron asesinados 520 de los 522 religiosos beatificados el pasado domingo en Tarragona, esos mismos religiosos cuya muerte quiere la Iglesia que consideremos ajena a razones políticas. Ellos a sus víctimas prefieren llamarlas mártires porque la Guerra Civil fue, en su versión, una cruzada.

Un homenaje a los religiosos asesinados dejará de ser un insulto a los represaliados por el franquismo y a la democracia española el día que la propia Iglesia acepte el proceso nacional de memoria histórica y pida perdón. Perdón por bendecir a los sublevados, participando activamente en la guerra en vez de obedecer dos de sus mandatos sagrados: impedir todo crimen y ponerse del lado de toda víctima. Perdón por mantener una estrecha colaboración con la dictadura, aprovechando el poder que Franco le otorgaba para imponer el culto obligatorio del catolicismo, estigmatizar y castigar a aquellos que lo rechazaban. Perdón por condenar el derecho a dar un entierro digno, homenajear y restituir a los represaliados con argumentos como "abriría viejas heridas" o "impediría la conciliación", mientras emprende de forma hipócrita su propio proceso de memoria. Perdón, en definitiva, por negarse a pedirlo y permitirse afirmar, sin embargo, que sus actos de homenaje a las víctimas son una "fiesta de la celebración, del perdón dado y recibido".

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