Manías

erika Martínez

Literatura y simbiosis

MUCHOS escritores se quejan de la educación literaria que recibieron en la escuela. Son lo que son a pesar de la castración creativa que sufrieron. Eso repiten una y otra vez a los entrevistadores, a sus colegas, al espejo. Y pareciera que esa afirmación dotara instantáneamente a su vocación de un aura de resistencia, de lucha contra la adversidad, volviéndola romántica, ineludible. Como el destino de un torero mítico o de un glaciar ártico en la era del deshielo. Los escritores también balan.

Bastantes menos son los que proclaman la importancia iniciática de algunas de aquellas lecturas escolares, el placer que experimentaron al enfrentarse por primera vez a la prosa con nervio de Baroja, al tierno absurdo de Mihura o la música rabiosa de Miguel Hernández. Incluso con el peor de los profesores, solo la escuela hace posible leer a Larra con doce años, a Jorge Manrique o a Garcilaso a los trece, y no hay nadie inmune a ellos. Aunque no recordemos su origen, todo lo que una vez nos emocionó permanece sin nombre entre costilla y costilla, nos convierte en su huésped, nos depreda. Que nos pase a todos es una de las misiones de la educación pública, que cumple su tarea aunque a veces tenga que cargar con la mácula de lo obligatorio, como carga la ballena con sus percebes o con su liquen la roca, qué remedio.

Me comentaba el otro día una librera que algún profesor del que fue alumna incluyó una vez en su programa la lectura de Ubú Rey, obra dramática del hilarante y muy disoluto Alfred Jarry que la dejó marcada de por vida. Las libreras tienen mucha menos pose que los escritores. Precursora del teatro del absurdo, Ubú Rey es una sátira pertinaz sobre los abusos del poder político, contada con humorismo, imaginación e irreverencia. Su célebre primera palabra es "Merdre!", en un francés con retintín. A mí me la recomendó esa librera, la misma que acaba de inaugurar en la granadina Placeta de las Descalzas un local llamado -cómo no- Ubú Libros. Una preciosa librería en cuyas estanterías se incuban palabras redondas como huevos. Donde huele a galleta de limón, a tinta serigrafiada y a tornillo suelto. Donde recomiendan lecturas que comen de ti y, al mismo tiempo, te dan vida. Porque la literatura opera por simbiosis.

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