El Observatorio

josé Carlos Del Toro

Ellas, siempre ellas

TODAVÍA recuerdo aquellas mañanas de domingo en las que, a pesar de la luz de un sol espléndido, las caras de las señoras se ensombrecían con el recogimiento y con el ineludible velo negro camino de la iglesia. Una mañana festiva que se plagaba de verdaderas procesiones, riadas de familias que se dirigían periódicamente a misa y en las que, a pesar de intentar portar las mejores galas, ellas siempre debían mostrar la marca de la sumisión, la prudencia y la honestidad (no de la honradez y el honor que eran cosas de hombres; pruebas de honestidad).

Por más que ellas rivalizaran en encajes y bordados tratando de utilizarlos como adornos, aquellos velos no eran sino el recuerdo atávico de una demostración palmaria: las mujeres nunca habían sido, no lo eran y no serían en el futuro iguales a los hombres. No ha pasado tanto tiempo de aquello y ya nos parece remoto. Afortunadamente, los nacidos en los 70 ya casi no lo recuerden porque eran muy pequeños cuando aquella costumbre logró erradicarse, pero aún resulta conveniente evocarla como medio preventivo de eventuales peligros. Como vacuna contra veleidades ominosas que continuamente asedian el normal desarrollo de la mujer en la sociedad. No me siento feminista y así lo ratifico en cualquier conversación, pero ello no significa que el desapego por el fervor de corrientes al uso me impida constatar y deplorar injusticias claras por razón de sexo. Por eso mi desolación es mayúscula cada vez que constato el aumento del uso del velo islámico en nuestras calles. Ellas, son siempre ellas las que deben cargar con el peso de la prueba de la castidad y el sometimiento al marido, las que deben mostrar que su único destino y misión en la vida es el cuidado del cónyuge y la progenie. Un cónyuge y una progenie (sobre todo si esta es masculina) que sí adaptan sus vestimentas al estilo y la moda occidentales. No entiendo cómo miramos hacia otra parte sin denunciar tamaño desprecio a los derechos de seres humanos escudándonos en el origen religioso y cultural del hecho.

La religión y la cultura solo dictan normas al parecer contra las mujeres. Algunos, incluso muchas de ellas mismas, me dirán que la preposición es para, pero yo digo que es contra. Contra ellas, siempre contra ellas. Contra ellas mucho más que contra ellos. Y esto seguirá así mientras no eduquemos verdaderamente a nuestros hijos; mientras que ellos, y sobre todo ellas, no sean libremente conscientes de lo sojuzgante de la situación y no la rompan de una vez por todas.

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