Mar adentro

milena Rodríguez / gutiérrez

Nostalgia selectiva

Aveces me gustaría estar en Cuba. O, al menos, me gustaría estar en un lugar concreto, mirar, ver algo y desaparecer enseguida. Una especie de visita invisible en la que llegas como por arte de magia sin pasar por la aduana, sin que nadie te pida el pasaporte o apunte el número de tu ordenador para comprobar al salir si volviste a llevártelo. Una visita sólo para ver lo que buscabas. Visita con un solo ojo; nostalgia selectiva.

En los últimos días habría viajado a La Habana con un deseo: ver (mejor que asistir) el acto de entrega del Premio Nacional de Literatura a Reina María Rodríguez. Una hermosa crónica de Verónica Vega publicada en Diario de Cuba lo cuenta para quienes no estuvimos. Además de los muchos agradecimientos, Reina María pidió en medio de la entrega del premio "que salgan ya todas las voces silenciadas, exiliadas del 'país del lenguaje', para que ese premio se complete". Y es que en Reina María Rodríguez hay cualidades que no resultan demasiado frecuentes entre los escritores de la isla: la honestidad, la coherencia. En su obra, pero también en su vida, encontramos esa especie de conciencia lúcida, de responsabilidad o compromiso (quizás no sean los términos más apropiados, o acaso sí) con la realidad más inmediata y frágil; esa que se puede tocar pero que a la que hay que acercarse con cuidado; esa que puede caer y a menudo cae, esa que siempre está a punto y muchas veces se rompe.

Poco conocida en España (recientemente la Editorial Aduana Vieja ha publicado una amplia antología de su poesía) Reina María Rodríguez es uno de los grandes poetas de la literatura cubana. Después de leerlas, muchas de sus preguntas sin respuesta (¿merecen la pena las preguntas con respuestas?) se han hecho nuestras: "qué es lo que va a salvarse de nosotros, / los que vivimos pendientes de una mancha / cercana pero inalcanzable?", o "caminamos sobre trenes a gran velocidad / en qué vagón va el ser?".

Reina María Rodríguez es algo así como una poeta farera. Quiero decir, intenta, desde una azotea a la que sube pero desde que la que también baja, que se mantenga encendida la luz posible o permitida en ese faro casi a oscuras que es la isla. Una luz que ella siempre está dispuesta a encender, aún en la mayor de las soledades y sin que nadie en la isla le responda: "No queda nadie aquí, no queda nadie. Un eco en el desierto. El lóbulo lleno de arena, ventisca, rumor…".

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