Mar adentro

milena Rodríguez / gutiérrez

Triunfo electoral

SI hubiera un poco de sentido común, de amor a la verdad, si los humanos no estuvieran todo el tiempo queriendo tapar el vacío o el hueco, ningún partido español presumiría de haber ganado las elecciones europeas. Ninguno tendría motivos para la alegría ni estaría pavoneándose o paseando su triunfo por ninguna parte. Si existiera eso, el sentido común, digo, habría un silencio muy silencioso y mucha gente pensando o meditando muy bajito.

Sólo con mirar lo que dicen los números (que no suelen tener afinidades políticas ni acostumbran a mentir por cuenta propia) se advertiría que quienes ganaron las elecciones europeas en España (y me parece que también en gran parte de Europa) son los que no estaban el domingo 25 cerca de las urnas. Esos que no escogieron papeletas ni dedicaron su tiempo a elegir a quién sabe quiénes para que los representara no se sabe muy bien dónde ni mucho menos cómo. Si hubiera menos miedo al vacío (algunos, como Reinaldo Arenas, son más osados y llaman al vacío por su nombre de pila más crudo y evidente; es decir, lo llaman mierda), se diría con todas su letras que los ganadores de las elecciones europeas españolas son esos que no estaban votando y que constituyen el 54,16%, y no los otros, los que estaban, y que sólo suponen un 45,84%. O, si lo decimos con otros números, se reconocería explícitamente que estas elecciones las ganaron aquellos que suman 18.810.854 y no los otros, que son solo 15.920.815. Hay, entre los dos grupos, 2.890.039 dígitos de diferencia; es decir, una cifra mucho más elevada que la de 478.039, que es la que separa a quienes figuran oficialmente como ganadores de quienes ocupan el segundo lugar.

Mientras algunos van a las televisiones como estrellas del corazón (rojo), o crean partidos tatuados con su propia cara, otros ofrecen soluciones más modestas y atrevidas a los problemas de la vieja Europa. Por ejemplo, en Bélgica, un escritor llamado Van Reybrouck, ha propuesto que en el Parlamento europeo haya ciudadanos elegidos por sorteo. Gente normal, sin fidelidad a ningún partido, que sólo se represente a sí misma, pero que esté allí y opine, decida, vote. Tal vez sea un modo de hacer más democrática la democracia, más legítimos y cercanos los gobiernos que nos representan, en los que contarían, de verdad, los ciudadanos de a pie. Acaso, entonces, los verdaderos ganadores del domingo 25 dejarían de ganar elecciones.

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