Paso de cebra

josé Carlos Rosales

Agua que no desemboca

EL llamado Metro de Granada empezará a funcionar cuatro años más tarde de lo que estaba previsto. Y aunque las responsabilidades de ese dañino retraso están muy repartidas, no cabe duda de que las mayores zancadillas soportadas por este respetable proyecto urbano proceden de la fontanería del Partido Popular, disfrazada unas veces como gobierno municipal, otras como ministerio de Fomento y últimamente como peritaje enredado de esa empresa denominada ADIF (Administrador de Infraestructuras Ferroviarias), la misma empresa que no veló por una circulación ferroviaria segura entre Santiago de Compostela y Orense: recuérdese el terrible accidente de aquel 24 de julio de 2013, recuérdense los 79 muertos de aquella curva fatídica, recuérdese aquel laberinto procesal con su avance sinuoso y siniestro.

Casi todo tarda demasiado en Granada. Basta viajar de vez en cuando a Málaga, o a Sevilla, o incluso a Almería, para comprobar cómo en esas ciudades se han culminado (a pesar de sombras o tensiones) no sólo proyectos semejantes sino también muchos otros referidos al ámbito cultural o económico. En Granada casi todo es posible, es decir, casi todo desastre es posible. El desencuentro es nuestra tónica habitual: por los espacios públicos sobrevuelan farsantes, cualquier pequeño Nicolás puede conseguir una subvención, engatusar periodistas, malversar confianzas y hacer de su capa un sayo. Granada es una guarida sin ventilar donde la alianza entre simuladores sin escrúpulos y reaccionarios sin fronteras está garantizada de por vida. Casi nada está a salvo de la mentira o el abuso. Alrededor de cualquier gestión profesional o desinteresada discurre una hemorragia de envidia o maledicencia. Ahí está la Alhambra o el Campus de la Salud, siempre bajo el asedio permanente de las cloacas más sucias de nuestro ayuntamiento. Y no hablemos del Centro Lorca, del Museo Arqueológico, de la Biblioteca de Andalucía o de nuestra vergonzosa Estación de Ferrocarril. Y lo peor no es eso. Lo peor es habernos acostumbrado fatalmente a la desidia y al tráfico de rumores. Sólo en Granada es posible una Curia Arzobispal como la que padecen los católicos (y, también, los no católicos). Granada es así: agua que no desemboca, como diría Lorca. A pesar de todo no se trata de una maldición del destino. Es fruto de nuestro silencio, de nuestro miedo a que no nos salude el párroco de turno. Ya está bien, hablemos claro al menos una vez.

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