Cajón de sastre

Francisco González / García

Desiguales

05 de mayo 2015 - 01:00

EXISTE una certeza entre los aficionados al fútbol: los árbitros no aplican por igual el reglamento a los equipos pequeños y a los equipos poderosos. En el colectivo del pueblo existe la certeza de que la justicia también desequilibra su balanza a favor de los poderosos. Si eres pobre puedes quedarte muchos años en la cárcel, mientras que el rico saldrá rápido y se beneficiará pronto de todas las triquiñuelas para escapar legalmente de su condena. Se legisla mucho por la igualdad en el trabajo, se proclama mucho por igualdad de salario a igualdad de trabajo pero existe la certeza de que siempre hay colectivos tratados desigualmente, jóvenes y mujeres, en particular.

Estas ideas no me surgen por el último arbitraje o por el último famosillo que sale de la cárcel, ni por la festividad del trabajo; sino por dos noticias recientes que me hacen reflexionar en este Cajón sobre la igualdad humana, ese concepto tan vitoreado desde la Revolución Francesa y que tan inimaginable se antojaba antes de aquel hito en la historia humana.

La primera noticia llena las portadas de estos últimos días: el terremoto en Nepal. Cuan desiguales son las posibilidades de los nepalís frente a los ciudadanos de muchos países europeos que estando por allí de turismo ven movilizarse a sus naciones para acudir a su ayuda. Estos saben que saldrán de allí, aquellos se mantendrán en la miseria. En el descalabro de la naturaleza la igualdad acaba pronto.

La segunda noticia apareció entre la multitud de datos, estudios, razones y sentimientos que provocó el accidente aéreo de Germanwings en los Alpes. En la locura humana la igualdad está ausente desde el principio. Resulta que la indemnización que recibirán los familiares depende de muchos factores. No ya si fue fallo del avión o suicidio del piloto, eso sería igual para todos; depende de las "circunstancias personales" de cada viajero. Es decir de su edad y de su nacionalidad, entre otras circunstancias. Tenga pasaporte de un país pobre y los familiares cobrarán bastante menos que si el viajero tenía pasaporte con barras y estrellas. Y así está estipulado desde que compramos el billete del avión.

Los poderosos, por siglos, insistieron en recalcar que la naturaleza nos hace desiguales. Había razones naturales para ser esclavos, siervos, vasallos o súbditos. Hoy el poder del dinero mantiene sus razones para que la igualdad se mantenga como una quimera, incluso ante la muerte. Vale.

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