Quosque tamdem

luis Chacón

Shakespeare en moncloa

LA víspera de Agincourt, una banda de andrajosos esperaba la salida del sol con la certeza de que caerían bajo los cascos de la caballería francesa y que mezclarían su sangre con el lodo del campo de batalla. Pero entre las brumas, el crápula príncipe Hal, transmutado ya en quien la jornada convertiría en el mítico Enrique V, les arengó con la fuerza de un líder poderoso.

En sus labios puso Shakespeare el hermoso discurso del día de San Crispín donde se hace uno con su pueblo y proclama: Nosotros, grupo de hermanos; pues el que hoy vierta conmigo su sangre será mi hermano; este día le hará de noble rango y los caballeros de Inglaterra se considerarán malditos y les parecerá mísera su valentía cuando hable quien combatiera con nosotros el día de San Crispín.

No pedimos un Enrique V que nos lleve a una victoria de eterna memoria. Bastaría con que se formara gobierno. Al inglés le rodeó el bardo de hombres recios y leales. En derredor del nuestro merodean Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, a más de bufones y corifeos tan propios de toda corte. Ninguno es capaz, en estos idus de un marzo que ya mayea, de gritar como Marco Antonio al pueblo expectante: Si tenéis lágrimas, preparaos para verterlas ahora. No. Ni siquiera atesoran una ínfima gota de valor para reconocer su cobardía ante nosotros, amigos, romanos, compatriotas.

Algo huele a podrido en Dinamarca si Rajoy, como el fantasma del rey Claudio, deambula por las gélidas aguas de Elsingor y cada noche, cuando esa misma estrella que está al occidente del polo ilumina aquel espacio del cielo donde ahora resplandece… surge entre la bruma… y no fue nada. Nos acercamos al fin de una tragedia bufa de traiciones y ambición desmedidas en la que alguien debió decir a Pedro Sánchez que sería concejal, diputado y presidente como las tres brujas anunciaron a Mcbeth, thane de Glamis, que gobernaría Cawdor y reinaría en Escocia. Mientras, Rivera balbucea su ser o no ser como un Hamlet revivido y Otelo Iglesias rumia sus celos buscando Casios y Desdémonas en quienes volcar su ira. Puede que pronto, tan pronto como en junio, muchos recuerden el fin de Ricardo III en los campos de Bosworth y griten, antes de perder su escaño… Un caballo, mi reino por un caballo.

A los ciudadanos, al menos, nos quedará el consuelo de recordar, como escribió maese Shakespeare en La Tempestad que estamos hechos de la misma materia de los sueños. Cae el telón.

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