De reojo

ANTONIO CAMBRIL

Reynaldo y el tesoro

GRANADA: su futuro es su pasado. Si alguna riqueza queda intacta en la ciudad es su ruina. Reynaldo Fernández ha hecho suyo este principio ganivetiano tan manido como cierto y ha puesto a cavilar a técnicos, expertos y colectivos ciudadanos para recuperar el paseo perdido en el margen izquierdo del Darro. Una idea máxima con un presupuesto mínimo, lo asombroso es que no se haya ejecutado antes. De todos los corredores urbanos que posee la ciudad, ninguno deslumbra tanto como el que divide la Alhambra y el Albaicín. Se contempla allí un enfrentamiento entre civilización y naturaleza: puentes seculares o despedazados, casas abrigadas por la madreselva (un pleonasmo, la selva siempre es madre), monumentos derruidos por los años, higueras locas aéreas y paralelas al suelo… Semejante mescolanza de vegetación y 'recuerdos' arquitectónicos nos habla de la fugacidad de las tareas de la especie, del regreso al seno de la tierra de "la materia que le fue robada un día", de la batalla entre la obra humana y las fuerzas de la naturaleza y el tiempo que inevitablemente han de engullirla.

Sabio, humilde y dialogante, Reynaldo ha decidido levantarle las faldas a la Alhambra para que contemplemos la hermosura de sus tobillos y recuperemos los restos de jardines y huertas, el acueducto del siglo XVIII y la paz del camino olvidado al otro lado del río. Logrará quizá que, como tantos otros en el pasado, paseen por allí su alegría los niños, su nostalgia los ancianos, su fatiga los que trabajan y su ocio forzado los parados; y que algunos intuyan, como Keats pero en prosa caminante, que el pájaro que canta en la copa es el mismo que cantaba en el paraíso. Lo seguro es que, si el proyecto cuaja con tiento, devolverá a los granadinos un recinto, la Alhambra también es su bosque, que les ha sido arrebatado por el turismo y los euros. Y lo hará en complicidad con el pueblo, con asociaciones como el Bajo Albaicín y con hombres y mujeres como la infatigable Lola Boloix. Esto es, rescatando al mejor Ganivet, al del urbanismo respetuoso con la tradición y el entorno allá donde el entorno lo merezca. Y traicionando al peor Ganivet, el que, como censura Azaña, afirma en su 'Idearium' que "El pueblo como organismo social me da cien patadas en el estómago, porque me parece que es hasta un crimen que la gentuza se meta en cosa que no sea trabajar y divertirse".

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