¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
EN el verano de 1980 preparaba yo mi ingreso a la universidad con unas grandes dosis de cabreo. Los yanquis se habían propuesto fastidiar los Juegos de Moscú y lo estaban consiguiendo. Me consolaba pensando que un español, todavía no sabía que era catalán además de ex franquista, acababa de ser nombrado presidente del Comité Olímpico Internacional. Ya saben que jóvenes todos somos más idealistas y quizás más ignorantes, ya saben que el diablo sabe por viejo.
Les fustigo con estos personales recuerdos para transmitirles mi desengaño con el espíritu olímpico. A los rusos, como a los soviéticos en 1980, les fastidian los juegos; y no sin razón por tramposos. Como tramposos eran los atletas de la DDR, aquella Alemania Democrática con corredoras y nadadoras de sexo difuso; como tramposo fue el canadiense Johnson de Seúl 1988 o el americano Armstrong en unos Juegos y durante siete (¡siete!) tours. No sé si seguir guardando los repartos de medallas de todos esos eventos deportivos, lo mismo tengo que buscar en el último clasificado que resulta ser el único que no se dopó y no es tramposo.
Esto de los Juegos Olímpicos se ha convertido en un sinvivir para los que los quieren organizar y acaban perdiendo, con café con leche o sin café; y luego para los que los ganan, les viene la crisis mundial, la corrupción de los que gobiernan (¿podrá haber corrupción en la oposición?) y hasta los bichos más insignificantes como los mosquitos y los virus les amenazan. No deja de ser una ironía que los Juegos de Verano se celebren en una ciudad donde es invierno y que además se llama San Sebastián del Rio de Enero, nombre original dado por sus fundadores.
Puede que todo sea una confabulación cósmica contra los primeros Juegos que se celebran en América del Sur o puede que simplemente fuera una mala elección. No es por ser rencoroso pero todavía recuerdo como la estatua que preside la bahía de Río parece que recibió algunos miles de votos comprados por el gobierno de Brasil en aquel concurso de las maravillas del Mundo Moderno; concurso espectáculo al que Granada se sumó con gran entusiasmo de su entonces alcalde, ahora simplemente un jubilado amante de sus nietos. En definitiva que a aquello del Citius, altius, fortius, como lema olímpico (Más rápido, más alto, más fuerte) habría que añadirle, o casi dejarlo simplemente, en "pecunia, pecuniae et magis pecuniam". O como dicen los yanquis: Money, Money, Money. Vale.
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