Tribuna

Emilio Gónzalez Ferrin

Alicia en Ceuta y Melilla

LA historia es lo que ocurre entre fecha y fecha. Igual que la vida no es apagar las velas en el cumpleaños, sino cuanto transcurre entre tarta y tarta. Sin embargo, sólo celebramos las fechas, las tartas. Y el interés mediático de las cosas concretas desfonda el valor real de las cosas abstractas. Ortega y Gasset siempre mostró cierto desdén hacia un contemporáneo suyo; lo mismo decía de él que era un ignorante en cinco lenguas -comentario válido para tanto tonto idiomático-, que sentenciaba -para descalificarlo-: sabe muchas cosas concretas. Y eso no es saber; eso es sabérselo. Como la lista de los reyes godos. Por eso hay que hacer oídos sordos a fechas y tartas; para así paladear la genuina abstracción de la vida, de la historia. Como la Alicia de Lewis Carroll, obligada a celebrar los no-cumpleaños.

Pasan, sin pena ni gloria, las glorias y las penas de Ceuta y Melilla. Como nada hay en estado puro, ambas experimentan sus fiebres de crecimiento entre ocasionales subidas de temperatura, y ante el impasible ademán del resto de España, que las contempla como bastiones del pasado, en lugar de avanzadillas de futuro. Puestos a hablar de su pasado, ya no es tan relevante el remoto -ellas sí que lo asumen con coherencia; sí que habitan su historia-, como el reciente: ¿qué fue de cuando se escribía a Ceuta, provincia de Cádiz, y Melilla, provincia de Málaga? ¿por qué cerró filas la Andalucía estatutaria, dejando fuera a esas dos Andalucías? La respuesta es muy simple. La misma respuesta-comodín para todas las cosas de España: por la sospecha de intención de voto.

Sin embargo, la nave va -que diría Fellini; Galileo dijo algo similar, también en italiano-. Ceuta y Melilla se reinventan como ciudades autónomas, y descubren que les queda bien el traje; que probablemente son la esencia atemporal del Mediterráneo. Que nunca fue tan importante la historia mareante de los estados, como la sentenciosa vida superviviente de sus ciudades. Desde Tánger, Ceuta y Melilla hasta Estambul, pasando por Orán, Túnez y Alejandría, y vuelta por el norte, por Salónica, Trieste y Venecia.

Hace poco, una mujer española, agente de Policía, musulmana para más señas, fue menospreciada por eso, por ser mujer, en una frontera. Tuvo que reaccionar como se permite y estipula en nuestro estado de cosas. Sin embargo, como el escenario era Melilla, no actuó el Instituto de la Mujer -lo habría hecho, sin dudarlo, en cualquier otro rincón de España-, sino que se puso en marcha una complejísima maquinaria reactiva desde supermercados desabastecidos hasta cumbre de la ONU en Nueva York. Pasada la fecha, el cumpleaños, ya no es noticia ni la ciudad ni la valiosa y atípica circunstancia de ese grupo de mujeres españolas, musulmanas, agentes de Policía.

Hace menos aún, la consejera de Cultura de Ceuta abría un acto público con la expresión: Shalom, Salam aleykum, Namashté. En hebreo, árabe e hindi. También saludó en español. El acto era solemne: la entrega del Premio de Convivencia a la sudafricana Helen Lieberman, la Madre Teresa de Sudáfrica. Siendo blanca, judía, y de posición acomodada, esa mujer decidió ponerse en la piel de los otros, y mereció un premio por asomarse al futuro.

El discurso de Helen Lieberman en Ceuta fue fluido, directo, abstracto hasta tocar el alma humana de las estadísticas. Pero lo más importante fue el final: ya sin papeles, visiblemente emocionada por llevar varios días en Ceuta, dijo que había llegado de una Sudáfrica llena de parches y cicatrices, y se había encontrado con cuanto quería para el futuro de su país. Literalmente, dijo: queremos ser como vosotros. Como Ceuta; como el mosaico de futuro que es esa España transmediterránea.

El mundo es tan grande que no cabe en la mente gótica de los medievalistas. Y últimamente brotan como setas los científicos en simbiosis con su objeto de estudio. No el biólogo -que no quiere ser ameba-, sino el medievalista que se quiere Campeador. Sin saber -por ejemplo- que el Cid pudo ser el último defensor de un orden de cosas peninsular -llamado al-Andalus- frente a atacantes foráneos. Esa mente gótica que todo lo ve en blanco y negro, paraíso e infierno, Santiago o La Meca. Esa reencarnación apocalíptica del beato de Liébana no entiende la España del futuro, la que se parece a las complejas sociedades interesantes de otros lugares de Europa. La España de Ceuta y Melilla. Con sus luces y sus sombras, como la vida -la historia- misma.

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