Alternativas terapéuticas: cátsup o kétchup, ¿son lo mismo?
El desarrollo de todo medicamento lleva detrás un largo y complejo proceso de investigación biotecnológica
La primavera… ¿la sangre altera?
Va usted a la oficina de farmacia por un medicamento, para tratar un resfriado, alguna infección estomacal o quizá un dolor de cabeza. Entra y observa la cantidad de cajitas alineadas en las estanterías. Desde luego las entidades sanitarias han aprobado su venta, y sin duda, su actividad, su efectividad y su seguridad estan comprobadas. Lo solicita: si tiene un nombre pronunciable, genial, si no, el farmacéutico se lo resuelve de cualquier modo. En ocasiones, puede escoger entre uno de patente y uno genérico: prepárese para el eterno cuestionamiento sobre cuál es aparentemente mejor... Cátsup con “c” o, kétchup con “k”… al final son lo mismo, ¿no?
En algunos casos, dependiendo de lo que padezca, es posible que el farmacéutico le sugiera una alternativa terapéutica, es decir, un medicamento distinto al que está solicitando que, si bien no tendrá la misma sustancia activa (el principio activo), le hará el mismo efecto. Ejemplo clásico: los analgésicos. Para aliviar el dolor podemos consumir paracetamol, metamizol, ibuprofeno, naproxeno, diclofenaco, etc, seguro que le suena haber tomado alguna vez, ¿cierto? Incluso, es posible que haya consumido dos o tres de ese listado. Bueno, pues estos son alternativas terapéuticas: tienen el mismo efecto, al menos en términos generales, pero no son lo mismo, no son la misma molécula. Es probable que en este punto se pregunte: “¿Por qué utilizar una molécula diferente si vamos a tratar el mismo problema?” Si aún no se lo cuestiona, volvamos a la analogía: con “k”, con “c”… ¿No daría igual al final tratar la enfermedad siempre con el mismo fármaco?
No, por múltiples razones, pero vamos a simplificarlo y a reducirlo a lo más básico: le preguntan si se lleva el medicamento que cuesta 80 euros, o el de 40 euros ¿Recuerda haber revisado su cartera? No importa, supongamos que opta por el medicamento de mayor precio, porque es por una única ocasión, porque casi no se enferma, e incluso, porque en este punto usted cree que elegir el de mayor coste le hará sentir mejor mas rápido. Pero, ¿qué pasaría si tuviera que consumirlo de por vida? ¿Entonces ya escogería el de menor precio? Lamentablemente hay enfermedades en las que no hay más opciones, y cumplen con el combo triple de la fatalidad sanitaria: solo hay un medicamento como tratamiento, el precio de este es exorbitante y encima, tiene que consumirse hasta la muerte (sí, como el matrimonio). Desde luego la solución obvia sería aminorar el precio de ese medicamento, pero plantearlo sería como proponer imprimir más papel moneda.
En este punto solicitaría al apreciable lector note el sarcasmo del comentario. Pues bien, lo que puede hacerse, realmente, es buscar un compuesto que tenga la misma capacidad para tratar la enfermedad, cuya obtención y posterior formulación como medicamento suponga un menor coste de producción; en pocas palabras: una alternativa terapéutica económica. Con permiso del lector, compartiré un ejemplo. Comenzaré describiendo la enfermedad de la que se ha buscado una alternativa terapéutica: la hiperoxaluria primaria, un padecimiento en el que hay una acumulación nociva de oxalato en el cuerpo que, al cristalizarse, deriva en cálculos renales que propician un estado de fallo renal terminal que obliga al paciente a someterse a un trasplante, y puede acumularse en otros órganos, bajo una condición denominada como oxalosis, causando daños y molestias graves que terminan eclipsando notablemente la calidad de vida de los portadores.
Actualmente ya existen agentes terapéuticos biotecnológicos aprobados como tratamiento, estos tienen algunos inconvenientes: su vía de administración intravenosa supone un problema en algunos pacientes (geriátricos y pediátricos), no pueden ser empleados para todos los tipos de hiperoxaluria primaria y su coste es prácticamente inaccesible. Como dije antes: no puede disminuirse el precio del medicamento ni imprimirse más dinero. Entonces, buscando una alternativa terapéutica, se ha encontrado que ciertos derivados del ácido salicílico muestran una actividad similar a los tratamientos que existen en el mercado, pero de formularse como medicamentos, su producción sería más costeable gracias a la facilidad de su síntesis y, según apuntan varios estudios, podrían incluso administrarse para tratar más de un tipo de hiperoxaluria primaria: maravilloso, dos pájaros de un tiro.
Ahora, ¿Cómo fue que se descubrieron? Como en muchos casos del desarrollo farmacéutico: observando y copiando a la naturaleza. La estrategia para tratar la hiperoxaluria primaria es inhibir la producción de oxalato en el organismo, y dado que este es sintetizado por enzimas que usan glioxalato como material de partida, podría en cierto modo “engañarse” a la enzima con una molécula similar, y hacer que tenga más afinidad a esta y no al glioxalato para evitar que este sea transformado en oxalato. El ácido salicílico que, de una vez lo menciono, no me refiero a la Aspirina® (que es ácido acetilsalicílico), tiene una estructura similar al glioxalato. Así, en teoría, podríamos timar a la enzima, pero para ello habría al menos tres fases preliminares: (i) el diseño, síntesis y caracterización de compuestos derivados del ácido salicílico, (ii) la comprobación de su actividad farmacológica a través de una técnica conocida como acoplamiento molecular, en la que por una simulación en el ordenador se determina la afinidad de las enzimas hacia los compuestos y, si es significativamente alta, seguiría (iii) la evaluación biológica, primero mediante cultivos celulares, posteriormente en modelos animales, hasta escalar a ensayos en pacientes. Esta descripción es, en términos muy generales, el desarrollo farmacéutico. Proceso que es bastante complejo. Siendo honestos, no es algo rápido ni sencillo, y cabe incluso la posibilidad de que no se logre producir la alternativa terapéutica propuesta, pero durante el proceso se adquieren conocimientos valiosos que enriquecen la información acerca de la enfermedad, de la actividad farmacológica de los compuestos evaluados, de las técnicas de síntesis que, al final, pueden resultar útiles para otros padecimientos.
¿Que será entonces mejor: cátsup con “c” o kétchup con “k”? Bueno, la respuesta depende en realidad de lo que se busque hablando terapéuticamente, es decir: satisfacer las necesidades del paciente. Invitaría al lector a no limitarse a evaluar la eficacia solo por el precio, porque como ha leído, hay todo un proceso detrás, uno en que la industria farmacéutica nunca pierde. Así que, mejor informarnos sobre lo que consumimos y, aunque parezca casi imposible, saber qué es lo que necesitamos.
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