Crítica 'crítica 'Lola'

Duelo, coraje y perdón (en alta definición)

Lola. Drama, Filipinas, 2009, 110 min. Dirección: Brillante Mendoza. Guión: Linda Casimiro. Fotografía: Odyssey Flores. Intérpretes: Anita Linda, Rustica Carpio, Benjie Filomeno.

Llevamos ya tiempo denunciando el frustrante desfase de la cartelera local respecto a los estrenos más estimulantes y singulares del circuito de cine en versión original de otras capitales españolas. Un desfase al que si le sumamos la cada vez más rápida salida de las películas en DVD y las vías de consumo alternativas del sector cinéfilo, provoca situaciones tan absurdas como el hecho de que cuando esta Lola recala finalmente en una sala de la ciudad, hace ya varias semanas que está disponible en tiendas y más de un año que circula con fluidez ya saben dónde.

Así las cosas, Lola desembarca como penúltima muestra de la emergente cinematografía filipina de la mano del director que mejor suerte ha corrido de todos los de su generación (Martin, Díaz, Solito, etcétera) en el orbe festivalero. 

Lo escribíamos aquí hace apenas unas semanas: el cine de Brillante Mendoza (Palma de Oro a la Mejor Dirección en Cannes 2009 por Kinatay) abraza las formas del realismo de raíz documental y bajo coste para testimoniar, a través de una puesta en escena que prima las interpretaciones no profesionales, la observación, el seguimiento y el plano-secuencia sobre cualquier otro elemento dramático, el demoledor presente de un país azotado por el caos, la superpoblación, la miseria, la burocracia, la corrupción, la violencia y el crimen.

En Lola, seguimos los trayectos y la rutina de dos abuelas (Anita Linda y Rustica Carpio) unidas a su pesar por el asesinato del nieto de una por parte del nieto de la otra, trayectos y rutinas (el papeleo, el careo ante el juez, la búsqueda y recolección del dinero para el entierro) que nos hacen sentir el tiempo y el pulso de la calle, su trasiego continuo, sus ruidos incesantes, a través de un periplo desdoblado en el que el dolor cede poco a poco paso al perdón (o a una suerte de compensación) a través de una mirada siempre al acecho, capaz de situarse a una prudencial distancia del terrible drama humano y de la normalidad bajo la que acontece.

Inopinadamente, más allá de su discurso moral, de la hiriente nitidez de la imagen digital en alta definición Mendoza también es capaz de extraer auténticos destellos de poesía de unos lugares y situaciones (el barrio de chabolas sobre el agua en la noche, el sepelio del nieto muerto, una carretera bajo la niebla) que en otras circunstancias hubieran estado irremediablemente condenados al retrato miserabilista.

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