La contadora de películas | Crítica

Cara, inerte e innecesaria

Una imagen del fallido filme de Lone Scherfig.

Una imagen del fallido filme de Lone Scherfig.

En algún lugar (perdido) entre el relato histórico, el drama familiar y la nostalgia cinéfila, esta cara co-producción hispano-franco-chilena fracasa en todos sus frentes sin que nada empaste ni emocione.

Ambientada en una una colonia minera del Desierto de Atacama entre los años 60 y el golpe militar de Pinochet, la película que dirige la danesa Lone Scherfig (Italiano para principiantes, Una educación) y que protagonizan un desdibujado Antonio de la Torre, Bérénice Bejo y Daniel Bruhl aspira a hilvanar el relato de una familia humilde en descomposición con las utopías políticas y el gran fracaso colectivo a través de la mirada de una niña, luego joven, cuyo talento para contar películas a sus vecinos discurre en paralelo a aquella última edad dorada del cine mundial en la que en la cartelera podían verse títulos como El hombre que mató a Liberty Valance, Espartaco, Senderos de Gloria o El apartamento antes de que la televisión cambiara para siempre el panorama.

Una joven (Sara Becker) cuyo relato intermitente en primera persona apenas sirve de nexo para un sinfín de percances y acontecimientos (de la huida de la madre al asesinato del usurero local, del accidente del padre a un abuso sexual) que nunca tienen peso específico y cuyas consecuencias se diluyen entre los pliegues apresurados de un guion (firmado a seis manos entre Salles, Coixet y Russo) tan ambicioso como inconsistente basado en la novela de Hernán Rivera.

Un popurrí de acentos fruto del reparto internacional, una música sinfónica melosa y en modo muleta y una falta palmaria de ritmo hacen de esta Contadora de películas uno de esos despropósitos caros y fuera de tiempo que apenas sirven para inaugurar o clausurar festivales.