Tótem | Crítica

En la casa del padre

La niña Naíma Sentiés es una imagen de 'Tótem'.

La niña Naíma Sentiés es una imagen de 'Tótem'.

La cámara de Lila Avilés se cuela en la laberíntica casa familiar como una suerte de fantasma ubicuo, no en vano en un momento especialmente divertido de esta Tótem aparece una vidente dispuesta a expulsar con sus rituales a las presencias malignas que dice sentir en el ambiente. Y lo hace acompañando a la hija de siete años de un matrimonio intuimos que separado y cuyo padre enfermo está siendo cuidado por sus hermanas en los que parecen sus últimos días de vida.

Casi a la manera del cine de Lucrecia Martel, Avilés encuentra en este su segundo filme tras La camarista un método fluido, flotante y espía que parece moverse sigilosamente por todos los rincones de la casa para desvelar desde la atención a los detalles los secretos, los afectos y la intrahistoria de una familia de clase acomodada que no pasa precisamente por su mejor momento. Un método sensorial, casi entomológico (en ocasiones vemos de cerca las plantas, los insectos o las aves como pobladores de una fauna orgánica), que busca traducir el caos, el desconcierto, los enigmas e incluso las supersticiones que atraviesan unas relaciones marcadas por la ausencia de la madre, la presencia casi marginal del padre, el acecho de la muerte o el revoloteo constante de unos niños que hacen del juego una forma de expresarse entre el mundo adulto.

Sutilmente estructurada, elegante en la ocultación del padre enfermo como pieza clave para su progresión dramática, Tótem conjuga la mirada oblicua y el tratamiento del espacio como vectores de una emoción dilatada que termina cristalizando irremediablemente durante una fiesta de cumpleaños que tiene mucho de despedida y de final de la inocencia.