Déjeme | Crítica

Mecánica del desamor

  • Periférica publica Déjeme, breve y única novela de la escritora francesa Marcelle Sauvageot, en la que se recoge, con desolada precisión, las vacilaciones y amarguras del desamor que asedian a una joven enferma  

La escritora francesa Marcelle Sauvageot (Charleville, Francia, 1900-Davos, Suiza, 1934)

La escritora francesa Marcelle Sauvageot (Charleville, Francia, 1900-Davos, Suiza, 1934)

Déjeme es una breve obra confesional, entre epistolar y diarística, publicada en 1933, cuando su autora contaba treinta y tres años. Una lectura contemporánea de esta nouvelle nos llevaría, probablemente, a subrayar el carácter independiente de su protagonista y su espontáneo y meditado feminismo. Sin embargo, el hallazgo más sólido que guardan estas páginas se halla en otra cuestión, en principio ajena al concepto de mujer -de individuo-, que aquí se expresa. En Déjeme, de emocionante y emocionada concisión, el lector encontrará una precisa mecánica del desamor, desde su incertidumbre inicial, desde la vaga esperanza de la reconciliación, a la escueta verdad que acaba revelándose ante quien ama sin ser correspondido.

'Déjeme' está redactado en un hospital, a pocos meses de morir en un sanatorio suizo

Este proceso estructural, que Sauvageot describe con claridad, melancolía y ternura, es tanto más emocionante cuanto que su autora, una mujer joven, aquejada de tuberculosis, escribe ya desde la estribación última de su vida. No en vano, Déjeme está redactado en un hospital, y a pocos meses de morir en un sanatorio suizo. Este hecho podría llevarnos con facilidad a otra obra de “sanatorio”, también publicada en Periférica, y también escrita por una mujer: la brillante y mordaz Franciska von Reventlow y su El complejo de dinero. Y por supuesto, debiera remitirnos a una obra mayor de aquella hora, La montaña mágica de Mann, donde la salubridad y la clínica adquieren su completa significación, como eco ordenado de la Gran Guerra. Déjeme, pues, está escrito desde una aséptica clausura, más distinguida que eficiente, y desde una extremadura humana (el “concierto” nocturno de las toses, tal como lo describe y las distingue Sauvageot, es de una desolada pureza), en la que la escritora es ya, casi únicamente, un frágil residuo de lo escrito.

Cuánta emoción, sin embargo, y qué afligida exactitud en Sauvageot, cuando describe la inútil gestualidad de la enamorada, cuando el amado ya no la observa, ya no la espía ni la contempla, porque no la ama. En ese secreto mecanismo del desamor, donde el corazón herido y anhelante opera sobre el vacío, es donde la joven y minuciosa Sauvageot alcanza una amarga preeminencia. Su soledad es una soledad consciente y acerba. Pero también es una soledad triunfal, donde la autora se vindica, exultante e impar, al tiempo que hace mutis para nadie.

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