Petrarca | Crítica

Petrarca, humanista y humano

Francisco Rico

Francisco Rico

En esto de la literatura, ¿cuál es el camino para la posteridad? ¿Qué criba se supera para alcanzar el eterno reconocimiento? ¿Una obra maestra? ¿Construir una cosmovisión que inaugure una nueva época? ¿Reformular el canon y sumar lo inexplorado? No solo esto. También hay que averiguar cómo vender tus ideas. Cómo y a quién promocionarlas.

Portada de la obra. Portada de la obra.

Portada de la obra. / D. S.

Puede parecer cosa de hoy este tema de la promoción cultural –reseñas pactadas en suplementos, comentarios a amigos en redes sociales, agencias de comunicación que envían notas de prensa a periodistas culturales, etc-. Sin embargo, y aquí no descubrimos nada, en absoluto es una fórmula reciente. Los autores que suelen triunfar en vida han sabido cómo gestionar su obra. También su imagen. Han sabido de quién rodearse, dónde se ubicaba el poder, el altavoz o el mecenazgo. Han detectado, inteligentes, la oportunidad con la que ver el nombre en negritas en un libro de texto o en un manual universitario.

Este asunto de la autopromoción quizá sea el enfoque más interesante de Petrarca. Poeta, pensador, personaje, de Francisco Rico. El prestigioso filólogo e historiador de la literatura, en cuatro ensayos, nos aproxima a la dimensión cultural de un autor que vivió siempre al amparo de poderosos, que supo a quién convencer para lograr primero el estatus social y, segundo, la influencia entre intelectuales y afines. A lo largo de estos cuatro textos, el lector descubre a un autor obsesionado con su imagen pública. Hasta el punto de tergiversar la biografía en favor de una visión idealizada. Esa visión arquetípica que tenemos de Petrarca.

Lo que está más claro es que el humanista fue un hombre de una considerable ambición literaria y social

Francisco Rico, en una labor exhaustiva –una erudición descomunal-, aporta pruebas acerca de la manipulación que Petrarca efectuó sobre su propia vida. Nacido en una familia de lo que hoy entenderíamos de buena posición social –hijo de notario bien relacionado-, Petrarca se preocupa por ofrecernos un relato bien distinto. El relato del hijo que estudia una carrera de leyes porque así lo obliga el padre, aunque la vocación sea retirarse de la vida convencional para escribir poemas y leer a los clásicos. Es una historia tan tópica que hasta nos sorprende.

Petrarca modifica fechas –la de su propio nacimiento- y juega al despiste con otros episodios personales. Hasta su muerte se tergiversó. Lo que está más claro es que el humanista fue un hombre de una considerable ambición literaria y social. Conocido entre las élites de la Iglesia Católica y los altos dirigentes europeos. Celoso de su intimidad y trabajador incesante. Estudioso de la Antigüedad y también creyente. De hecho, de esta suma se desprende el ideario petrarquista: una síntesis entre San Isidoro y San Pablo, entre Platón y Virgilio.

En el volumen también se detallan cuestiones más conocidas: la figura de Laura, la amada y ejemplo de virtudes y perfección, el Cancionero, el tránsito de la cultura medieval a la renacentista. Nos quedamos no obstante con un Petrarca humano, aunque también humanista. Ese hombre que fue, sin sacralizaciones, un autor extraordinario y un trepa de manual -en todos los sentidos-.

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