A orillas del tiempo | Crítica

Los caminos del mundo

  • Siruela publica A orillas del tiempo, obra del profesor Fernando Wulff, donde se se muestra la existencia de una globalidad primitiva, en la que se comunicaron China y la India con los países ribereños del Mediterráneo.

Imagen del catedrático de Historia Antigua Fernando Wulff (Santiago de Compostela, 1955)

Imagen del catedrático de Historia Antigua Fernando Wulff (Santiago de Compostela, 1955)

En este libro de de Fernando Wulff se ofrece una visión en taracea del mundo antiguo, compuesta por 75 capítulos o estampas. Dicha visión, que cuenta con pasajes de lograda hermosura, no se dirige, sin embargo, a reproducir un orbe fragmentario e ignoto, sino a mostrar, con las pruebas al alcance de la sabiduría actual, una fluida comunicación del globo, fruto de la curiosidad, la ambición y el lucro. A tal fin, Wulff compone esta imagen conexa de la antigüedad a través de tres personajes significantes: el emperador Trajano, el emisario chino Gan Ying, enviado a Roma por el general Ban Chao, y un personaje de la literatura india, Sahadeva, cuya misión es comunicar al resto de los reinos, a oriente y occidente, la condición de su hermano como “emperador del mundo”.

Wulff documenta en abundancia las antiguas vías comerciales a la India y el Extremo Oriente

Son muchas las fuentes literarias, los restos arqueológicos y la erudición histórica que Wulff maneja para mostrar el tráfico de noticias y enseres que se da ya en el mundo antiguo, y que implica necesariamente unas vías comerciales hacia la India y el Extremo Oriente, documentadas en abundancia. Es, por ejemplo, en el Periplo del mar Rojo, una suerte de portulano comentado, donde se consigna la ruta desde el Sinaí a la India, y en la que se conoce ya, no solo la navegación de altura, sino el nombre de su inventor en aquella zona del mundo: Hípalos. No obstante, una de las historias más fascinantes que aquí se incluyen, quizá sea la temprana circunnavegación del África, que entonces se sospechó, a cuenta de las proas de unas naves gaditanas que Eudoxo habría hallado en la costa oriental del continente.

Repito que son muchos los restos materiales, muchos los testimonios y apreciaciones (Plinio, Heródoto, Dión Casio, Diodoro Sículo... ) en los que se apoya Wulff para componer esta historia global del mundo antiguo y sus caminos. También a través de la permeabilidad de la religión y el arte, que ya conocíamos en parte por Rielg y Bianchi Bandinelli. Se trata de documentar, en todo caso, entre el asombro y el dato, y con una fuerte intención lírica, la aventura humana en una dirección y su contraria. Esto es, el periplo el hombre bajo diversos dioses y en mares distintos, atravesados lenta e incesantemente, como aquellos argonautas del sur que glosó Malinowski, y que Wulff expone aquí con sencillez encomiable y erudita.

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