"Tú eres la tarea". Aforismos | Crítica

El gimnasta ilusorio

  • Acantilado publica, en edición comentada de Reiner Stach, los aforismos que Kafka escribió en 1917-1918, mientras convalecía de su primeros síntomas tuberculosos en el domicilio rural de su hermana

Imagen de Franz Kafka (Praga 1883-Klosterneuburg, 1924) en una calle de su ciudad natal

Imagen de Franz Kafka (Praga 1883-Klosterneuburg, 1924) en una calle de su ciudad natal

Kafka es, en sí mismo, una literatura. A él se añaden -o él se suma- a otros nombres con vocación de enigma, que configuran un haz particular de la escritura del XX. Citemos a Borges, a Leo Perutz, a Schowb, a Hugo von Hoffmannsthal, a Gustav Meyrink, a cierto Apollinaire entre levítico y cabalístico. Citemos también a un inesperado paralelo pictórico de Kafka: Marc Chagall, sobre cuyas ciudades oscuras vuela un sueño de pureza. Ese hombre que sobrevuela la piedra de las calles, su densa urbanidad, débilmente iluminada, bien pudiera ser el propio Kafka. Así podría inferirse de estos aforismos, escritos en 1917-18, mientras convalece, junto a su hermana, de su primera efusión de sangre, y donde la cuestión del Mal, del Paraíso, de la tentación, del orbe espiritual que late tras las apariencias, son interrogantes principales.

Es la aparente sencillez de Kafka aquello que nos desconcierta y sobrecoge

El acierto de esta edición de Stach es el de haber añadido unas notas pertinentes a cada uno de los aforismos -un centenar aproximado- que acopió y puso en limpio el propio escritor. Esta voluntad de clarificar y elucidar, reobra, sin embargo, sobre un hecho paradójico: la escritura de Kafka no remite expresamente a ningún enigma, como en Perutz, y es su aparente sencillez, la naturalidad con que nos dirige hacia lo inadecuado -hacia lo extraño-, aquello que nos desconcierta y sobrecoge. Por otra parte, estos aforismos kafkianos a veces tendrán el giro y la brevedad punzante de lo aforístico, y otras la cualidad equívoca y plausible del fragmento. En todo caso, es cierta porosidad de lo real la que nos lleva a preguntarnos sobre el fervor y la credulidad gimnástica de Kafka. De aquella confianza en el propio cuerpo -el microcosmo como reflejo y émulo del macrocosmo- es posible extraer, sin violentarlo, este Kafka espiritual, que Stach parece descifrar con entera solvencia.

Es lícito, en definitiva, desplazar la mirada desde aquel año 18 en que la guerra concluye, hasta el 1902 donde Von Hoffmannsthal publica su Carta de Lord Chandos. Ahí se resume ya cierta incredulidad, la opacidad manifiesta de las cosas, con la que Kafka parece batallar, años más tarde, apoyado en la doble aspa de las mitologías pagana y judeocristiana. “No dejes que el mal te haga creer que puedes ocultarle secretos”, había escrito este hombre, convaleciente y joven, en noviembre de 1917.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios