Principios básicos de quiebra | Crítica

Un museo a base de poemas (y no sólo eso)

El poeta Diego Medina Poveda

El poeta Diego Medina Poveda / DS

Lo previsible es antónimo de la poesía, que se construye a partir de una nueva visión de nuestras experiencias. El primer valor del último poemario de Diego Medina Poveda es que prescinde de lo consabido. En Principios básicos de quiebra –Premio Rafael de Cózar de la Universidad de Sevilla- suponemos un itinerario que, efectivamente, se quiebra. Intuimos un conjunto que resulta ser un espejismo.

Lo que en un principio se nos plantea en este libro es la recreación de un museo –sus obras, autores, situaciones que en estos lugares se generan- a través de un conjunto de poemas. Pero no es exactamente lo que nos encontramos. Diego Medina Poveda nos descubre la sorpresa a medida que avanzamos en la lectura. El tema aquí –como es habitual en la literatura de interés- es lo de menos. La clave es su ejecución. Esta obviedad quizá sea conveniente señalarla en un ecosistema literario donde tanto se valora, sobre todo desde la industria editorial, de qué trata qué. Y poco se premia el tratamiento. Esas novelas sobre el cuerpo, la vida rural, el duelo; esos poemas acerca de familiares que fueron costureras. Los mismos referentes de siempre y los mismos nombres perfectamente intercambiables.

En Diego Medina Poveda hay personalidad, hay mirada, hay acento. Ideas, expresión, destrezas. Todas estas cualidades las percibirá el lector con el primer poema del conjunto. Con su tono solemne –una solemnidad sin imposturas, dificilísima- de inicio a una liturgia y su aspecto en principio próximo a lo narrativo. Aunque muda de registros en las últimas estrofas: “La quiebra no es guardar en la memoria / una amalgama informe de sucesos históricos, / de contextos biográficos, de estilos / arquitectónicos. La quiebra rompe / con la vida de afuera, / con la inercia que olvida emocionarse, / recordar la emoción, de hecho, / es un principio básico de quiebra”. Nos dice el poeta que la cultura no debería limitarse a ser un artefacto de erudición, pues lo relevante de su naturaleza es esa ruptura que siempre provoca y nos provoca. Una ruptura respecto del tiempo en el que se materializa; una ruptura respecto de esa nueva visión de la experiencia que nos anuncia.

En Diego Medina Poveda hay personalidad, hay mirada, hay acento. Ideas, expresión, destrezas.

En cuatro salas se divide este museo constituido a base de poemas –aunque sea mucho más que eso, claro-. En la primera sala, titulada Ver y creer, leemos uno de los poemas más destacados del libro, La pirámide, con un conmovedor cierre y con un inteligentísimo discurso. El arte, reflexiona Medina Poveda, es un fenómeno extraordinario –casi sobrenatural-, y sin embargo procede la mano del hombre. Es un acontecimiento divino, pero humano. Como sucede en el amor del padre a la hija. “Si alguien te dice alguna vez que fueron / lejanas y alienígenas las manos / que levantaron el Antiguo Egipto / y sus pirámides, / acuérdate de lo que un día hablamos / los dos en esta sala del museo / sin que avanzara el tiempo en nuestros ojos. / (…) / Recuérdalo por siempre, / y haz con tu memoria una pirámide / para que nadie nunca dude / de aquello que es capaz el ser humano”.

“Contemplando lo antiguo / veo lo nuevo”, escribe Diego Medina Poveda en este libro en el que a ratos recordamos la poesía de Claudio Rodríguez, con ese ritmo pausado y ese trabajo poético siempre tendente a la reflexión, a la meditación. El poeta malagueño, a lo largo de esta entrega, en sus maneras, en su personalidad, continuamente nos recuerda esa frase que decía lo de caminar a hombros de gigantes. Denota así humildad, y declina el adanismo –otra torpeza recurrente entre autores-. Diego Medina, en efecto, observa lo antiguo y es ahí donde encuentra la novedad, el hallazgo inesperado. “Bebamos del botijo bajo la encina grande, / allí se enfríe el éxtasis sonoro / en penumbras de cálida nevisca, / y como ramas lentas broten / los versos cincelados en las fraguas / de la imaginación”.

Imaginación es otra palabra –otra virtud- que podríamos señalar en Principios básicos de quiebra. Pasamos ya a visitar la segunda sala del museo y en el primer poema de este apartado leemos: “Qué digna es la existencia del que sabe / volverse piedra un rato / y contemplar las ruinas en silencio”. Muy notable también Bodegón barroco, con la plasticidad de sus imágenes, absolutamente evocadoras, y los tópicos propios de la época: “Cuánta vida se esconde / en una calavera, / en la caverna oscura de su cráneo / aletea la noche / de una mariposa”. Y sigue: “El tiempo desgranado / en un reloj de arena / se cuela por mis párpados serenos. / La vida pasa –lloran los ojos- / como un lapso fundido de la vela”. En otro poema de esta sala, Serie de las cuatro estaciones, Diego Medina nos ofrece una sucesión de estampas más o menos circunstanciales, pero que sin embargo no terminan de incurrir en lo irrelevante. Estos poemas contienen su encanto. El ejercicio sale airoso.

Imaginación es otra palabra –otra virtud- que podríamos señalar en 'Principios básicos de quiebra'

“Ardiendo en una sílaba el fonema. / De la ceniza fénix, de mi boca milagro / que alguien escuchará en esta espesura. / Y es humano y divino, todo a un tiempo”. Podrían ser estos versos un resumen de la poética –por decirlo con una palabra pretenciosa- del malagueño Diego Medina Poveda. En su poesía hay una especie de sacralización de lo cotidiano. Del hecho que pasa desapercibido. Todo es humano y divino, sí. En todo cuanto acontece –parafraseando el título de uno de los poemarios de Medina Poveda- se procura una lectura trascendente. Una mirada que también se traslada a los ritmos, a la música del poema.

Nos despedimos de este museo, de este Principios básicos de quiebra, con el poema Última luz –un título oportuno-. El final dice así: “Última luz: lenguaje alado que habla solo misterios”. Es la conclusión a la que llegamos tras leer a Diego Medina Poveda: su poesía alcanza vuelos altos, esquivando los obstáculos del cliché y lo manido, y siempre en dirección al misterio. Esa verdad que, al igual que un poema, nunca caduca. Y cuanto más conocemos, más atractiva y extraña nos parece. 

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