En fútbol, como casi todo en esta vida, la eficacia es la madre de la ciencia. Un solo tiro que bese la red vale más que tropecientos que no traspasan la línea de gol. Ayer, el Granada CF ganó porque marcó más goles. Y además, porque tiró más sobre la portería rival. Y tan empírico como el resultado final son los tres valiosísimos puntos que se metió en la buchaca el cuadro que ahora entrena Abel Resino.

El primer tiempo estuvo parejo en casi todo. Casi los mismos tiros, disparos a puerta, llegadas al área, intervenciones del portero y faltas cometidas. En dos apartados no hubo paridad: los rojiblancos vieron más la amarilla y se prodigaron más en los saques de esquina.

En los primeros 45 minutos quizá fue el Málaga el que llevó más peligro sobre la portería rival -¡qué se lo digan a Julio César!-, pero el luminoso no se movió.

El acierto llegó en la segunda parte. Los de Pellegrini lucharon por la posesión, pero el peligro fue de los locales. Se vieron más las caras con Willy Caballero y éste sacó más balones de su portería. Tras la reanudación, el número y la calidad estuvieron de la mano de los rojiblancos. Aunque los de la Costa del Sol pudieron trastocar los planes: tres disparos, de los que uno fue gol y los otros dos pudieron serlo.

El Granada CF se dio un festín ofensivo en este periodo. Multiplicó por tres los disparos de su invitado. Además, más del 50 por ciento de los mismos tomaron la dirección adecuada. De los cinco tiros entre los tres palos dos llegaron al fondo de la portería. ¡Qué más se puede pedir!

En el segundo tiempo bajó la producción de saques de esquina. Dio igual. También las amonestaciones, si bien una pasada de frenada de Demichelis le costó la única cartulina roja que se vio en un encuentro que, sin violencia, contempló no pocas faltas.

En esta ocasión los números, números son. Y la victoria se quedó en Los Carménes. Que se repita.