Granada-barcelona

El rondo inacabable (0-1)

  • El Granada logra perder sólo por la mínima, con un golazo de falta directa de Xavi ... pero nulas opciones El miedo atenaza al equipo de Fabri, que defiende bien, pero no pasa de la medular.

El Barça ganó por la mínima en Los Cármenes, con un gol a balón parado y con el ábritro portando la elástica azulgrana debajo de la de trencilla. Un gran balance, sin duda, para lo que podía haber sido. Y que nadie piense que Muñiz fue el culpable de la derrota. El choque fue un monólogo culé y los rojiblancos apenas tuvieron opciones de marcar un cuarto de gol, mientras que el actual campeón de todo pudo haberse ido, sin ser un ciclón, con un marcador mucho más lustroso. Sin embargo, el colegiado puso todo de su parte para que la teoría del 'Villarato' renazca de sus cenizas. Y no es una queja de un plumilla de provincias que no ha visto en su vida el caviar jugando en casa. Es que Muñiz dejó al Barça con once cuando durante casi media hora tuvo que jugar con diez. Es que en la única oportunidad de todo el partido del Granada pitó un fuera de juego que no era... y varios más que tampoco. Al final los rojiblancos, que jugaron con diez casi todo el segundo tiempo, acabaron con nueve, pero se los pusieron de corbata a Pep en la recta final, aunque sólo fuera por lo corto del resultado. Con sólo un gol en contra tras 90 minutos, la honrilla acabó por las nubes. Aunque de poco valga.

Guardiola se equivocó. El Granada no fue ni valiente ni atrevido. Todo lo contrario. Se preocupó de tapiar su portería, echó el resto para que Messi siga generando debate por no mojar y protagonizó uno de los partidos con más desequilibrio en la posesión de la historia del fútbol. Las pocas veces que gozó de la pelota la mantuvo apenas unos segundos, se diría que sobrepasado por la imponente entidad de los futbolistas que había en el otro bando.

Fabri se lució dejando a Geijo en el banquillo y apostando por Uche. Se supone que el nigeriano tenía una única misión: moverse más que en toda su vida y tirar siempre el desmarque. Como mínimo, dejarse los dientes en la lucha de cada balón, por pírricas opciones que tuviera de ganarlo. Pero tuvo que gritarle la grada a coro al gallego que lo sentara, avanzado el segundo tiempo. Geijo hizo en un solo movimiento mucho más que el africano en el resto del partido. Pero para entonces la batalla, si es que alguna vez la hubo, estaba perdida.

En el fondo todos pensábamos que la lucha iba a ser así de desigual, que de hecho apenas habría lucha, y sí un equipo capitalizando el balón durante un porcentaje de tiempo indecente y el otro corriendo continuamente detrás, con el único objetivo de tapar huecos, cerrar todos los que pudiera, esperar que el siguiente pase no fuera el bueno... Todos lo pensábamos, pero también todos albergábamos la esperanza de que Goliath no tuviera el día católico, y que David le saliera contestón.

Pero no. La gestión del factor psicológico por parte de los rojiblancos sólo alcanzó para no perder nunca la colocación, para que la solidaridad imperase a la hora de agobiar a los 'cracks' de enfrente, y hacer dos y tres contra uno a Messi, Cesc o Pedrito; para que lo que parecía inevitable tardara lo máximo en llegar. Pero para nada más dio. El equipo saltó al campo con demasiado miedo y no se lo quitó hasta avanzado el segundo tiempo, cuando la admiración al de enfrente ya había dado paso al hambre y el amor propio. Las reservas, el carácter netamente defensivo y los intentos por que de medio campo hacía atrás hubiera una amalgama de piernas y ni una rendija de espacio eran normales. Nadie puede discutirle eso a casi ningún equipo cuando el rival es este Barça. Sin embargo, sí que se echó de menos un punto de descaro ydos de tranquilidad. Que el cuero durara al menos cinco segundos en cada posesión, que el partido no fuera un rondo inacabable, o que no se jugara más tiempo en el área del Granada que en todo el campo del Barça. En el segundo tiempo, cuando sólo había diez rojiblancos sobre el campo por la expulsión de Jaime y el miedo había desaparecido del todo, el Granada sí se atrevió, y hasta llegó a pensar que era capaz de hacer la machada y empatar. Sin embargo, es muy difícil lograrlo si no eres capaz de tirar entre los tres palos y si, además, te pita el partido un personaje como el de ayer.

En la primera parte el equipo de Fabri no solo no chutó ni una vez ante Valdés, tampoco fue capaz de pisar el área. El Barça jugó al fútbol-7 en medio campo, el del Granada. Y el Granada, sin contacto con el balón, practicó el pilla pilla.

Cuando el partido estuvo cero a cero la impresión que emanaba del césped era que el Barça podía marcar en cualquier momento. Por eso se jaleó desde la grada el único córner que forzaron los rojiblancos, que para más inri lo tiraron a la basura, o se corearon olés cuando se dieron cinco toques sin perderla.

Antes del gol el Barcelona apenas había generado acciones de peligro claro. Pedrito, con la cabeza (21'), y Abidal al palo corto (28'), fueron los únicos que lo rozaron.

Pero el asunto sólo le duró al recién ascendido 32 minutos. Sin el suficiente tino para hacerla en jugada, gracias en buena parte al extraordinario trabajo defensivo, el Barça la hizo de falta directa. Había que intentar pot todos los medios no hacer faltas al borde del área. En la primera, con el sello de Jaime Romero, Xavi vio la escuadra como una piscina olímpica y la clavó donde quiso. Sonó a pitido final.

El Barça siguió a lo suyo, el eterno rondo, también en el segundo tiempo. Es el único equipo capaz de desquiciarte, de no perderla nunca, de ganar todos los rebotes y hacerte tres paredes en el área. Siete minutos tardaron hasta que Jaime vio la segunda amarilla por una falta (la primera fue por protestar en la acción del gol). Muñiz se pasó la ecuanimidad por el forro minutos después, cuando no expulsó al amonestado Cuenca por una acción similar o peor. ¡Villarato!

Con todo perdido, la expulsión no pareció agravar nada. Todo lo contrario. La tardía comparecencia de Geijo revitalizó al equipo y sus mismos compañeros creyeron un poco más con el 22 en el campo. Pep quiso tener todavía más el balón e introdujo a Iniesta, vitoreado por el coliseo como si recién hubiera marcado el gol ante Holanda.

Los rojiblancos jamás se desordenaron, mantuvieron juntas las líneas y abortaron todos los intentos combinativos del Barça, aunque fuera en la mismísima cocina. Fabri llamó a Mollo, lo único ofensivo que le quedaba, y cada vez que los rojiblancos pasaban la medular, la grada hacía que pareciera posible. Y todo gracias a Mainz, que se la sacó en la misma línea a Messi después de que Roberto volviera a hacer un brindis al absurdo y le regalara el balón nada menos que a Villa (58'). Luego lo enmendaría, en un mano a mano a Cuenca (70').

El reloj apretó y el Granada quiso desmelenarse cuando ya no había tiempo de nada. Le dio para que el madridismo se hiciera 'filipino' por unos minutos y para que Pep empezara a pensar lo que diría a la prensa si a los de Fabri les daba por marcar. Pero la única oportunidad la anuló Muñiz, que maldita la hora en que vino a Granada.

En fin. Esta no es nuestra guerra... 

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