Cuartos de final. Argentina

La trompada y el viaje al pasado

  • La eliminación de Argentina ha supuesto un golpe tan duro como los de Alí a Foreman en su legendario combate de 1974

Las trompadas más famosas de Muhammad Alí siempre llegan en África. Están las de 1974 en Kinshasa, Zaire, en el legendario combate ante George Foreman. Y está la de Ciudad del Cabo en 2010, ésa que noqueó a la selección de Diego Maradona. “Esto es una trompada de Muhammad Alí, no tengo fuerzas para nada”, afirmó el Pelusa.

Fue lo más cercano a la realidad que dijo el entrenador argentino. El resto de su rueda de prensa podría justificarse por el lado de lo aturdido que debe dejar a cualquiera recibir nada menos que una trompada de Alí.

Un puñetazo de fuertes consecuencias. Por un lado, despertó del sueño a una Argentina que vivió feliz en el autoengaño durante el Mundial. El equipo, en realidad, nunca había funcionado como una máquina, sólo se salvaba por el potencial de sus delanteros. En cuanto se encontró a un rival de peso, las carencias fueron más que evidentes.

Por el otro, la trompada de Cassius Clay envió a la Argentina a la lona, a un viaje indeseado a 1974, el año de Kinshasa, pero también el del último resultado comparable al del sábado, la caída por 4-0 ante Holanda en la segunda fase del Mundial de Alemania.

Por aquel entonces Argentina era campeona moral. Se creía futbolísticamente superior, pero su selección no trabajaba seriamente. O no se clasificaba para el Mundial, como le sucedió en México 70, o se iba con escándalo, como en el caso en Inglaterra 66. Mientras, Brasil sumaba ya tres títulos.

La organización de la selección argentina llegaría para el Mundial que celebraría en casa en 1978, en plena dictadura militar. Y, con distintos estilos y entrenadores –Menotti, Bilardo, Basile, Passarella, Bielsa y Pékerman–, el trabajo serio siempre fue un distintivo.

Hasta que llegó Maradona, el campeón mundial de México 86, el valiente finalista de Italia 90. Y, ahora, también el entrenador de la derrota de 6-1 ante Bolivia y el del 4-0 ante Alemania.

“Esto es lo más duro que me tocó vivir”, admitió Maradona horas antes de embarcar en un vuelo rumbo a Buenos Aires, ansioso él y sus jugadores de dejar Sudáfrica y olvidarse del Mundial.

Que haber sido un gran jugador no garantiza ser un gran entrenador es una verdad del fútbol, pero desde que asumió el cargo en noviembre de 2009 Maradona la desafió. Al borde de los 50 años apeló a sus armas de siempre fuera del terreno de juego: la audacia irreflexiva revestida de carisma e incoherencias. Demasiado poco para una selección de clase mundial que se había acostumbrado a trabajar en serio.

“En sus épocas de jugador asumió los desafíos con su mayor talento, que es el de jugar al fútbol”, dijo Daniel Arcucci, el biógrafo de Maradona, durante la primera fase del Mundial.

“El desafío ahora es de la misma magnitud, pero no dispone de ese talento. Su talento es ahora potencial, y hasta el momento muy discutido”, añadió.

Más que discutido, el mito de Maradona está ahora golpeado, chamuscado, porque en la derrota ni siquiera supo respetar los códigos de cualquier futbolista noble. No le reconoció un solo mérito a la Alemania de Joachim Löw y dejó una frase que, si no moviera a compasión, rozaría la infamia.

“Le dimos ideas a Alemania que nunca tuvo”, dijo. Estuvo poco generoso con Löw, que tras el partido lo estuvo esperando un buen rato, a respetuosa y silenciosa distancia, para saludarlo. Maradona, abrazado en llanto interminable con un asistente, no lo vio.

Sólo Maradona podrá responder ahora a la pregunta que toda Argentina se hace. ¿Quiere seguir al frente de la selección? El debate está abierto, porque la trompada de Alí no sólo impactó en su rostro.

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