Crítica 71 edición del Festival de Música y Danza de Granada

Impresionismo y sencillez

Un instante de las brillantes coreografrías del Ballet de Biarritz.

Un instante de las brillantes coreografrías del Ballet de Biarritz. / Antonio L. Juárez/ Photographers (Granada)

Ya en la pasada edición Malandain (13 de abril de 1959, Petit-Quevilly, Francia), nos sorprendió con una velada neoclásica del mayor gusto estético que ha pasado en los últimos años por nuestro Festival Internacional de Música y Danza, con su Pastorale de Beethoven en la que la compañía nos ofrecía un programa de refinado movimiento a través del despliegue emocional que trasmite la partitura, desde la más absoluta admiración del músico por la naturaleza y la Grecia antigua. El coreógrafo, ha sabido dar prestigio internacional al centro coreográfico que en Biarritz lleva su nombre, consiguiendo que éste se encuentre suficientemente renombrado por el sector de la danza mundial. Y es que Francia en oposición a España sí ha sabido cuidar desde su origen a la danza, entendiendo el beneficio que ésta aporta a la sociedad desde que en su origen Luis XIV creara la Real Academia de la Danza en 1661.

La de anoche fue una velada fresca y estrellada, en la que la compañía nos arropaba con un programa perfectamente conjugado por tres piezas entre sí, que en cierto modo mantenían una línea estética común, manteniendo al público atento y disfrutando de la tranquilidad y deleite de una danza que memora al impresionismo; L’Après-midi d’un faune (La siesta de un fauno), evocando el escandaloso primer estreno de 1912 por el gran Nijinski, que además hemos tenido múltiples ocasiones de ver en este escenario en diferentes versiones, con la sensual partitura de Claude Debussy, en el que el fauno derrocha sus delirios sexuales sobre el pañuelo de una ninfa, y que Malandain lleva hacia a un espacio contemporáneo y actual, donde el fauno pueda satisfacer sus más lujuriosos instintos carnales, finalizando la pieza con una inmersión de cabeza sobre una gran caja de pañuelos de papel que figura sobre el escenario. El mundo onírico de los instintos animales del fauno inspirados en el poema de Stéphane Mallarmé (1892), dan paso al delirio de los sentidos con la potente interpretación de Mickaël Conte, conducido por el docto coreógrafo hacia una visión más meramente carnal.

En segundo lugar, L’Oiseau de feu (El pájaro de fuego) coreografiada por vez primera por Fokine (1910), a modo de apología sobre cuentos basados en leyendas de tradición rusa, se convirtió muy pronto en repertorio de los Ballets Rusos. Más tarde en 1919, Maurice Béjart (Marsella, 1927-2007) crearía la versión que supuso uno de los fundamentos básicos del orden neoclásico; estética, geometría y fuerza a la que Malandain se ha sumado partiendo de la misma idea inicial: ave fénix que renace de sus propias cenizas y me representa brillantemente con la aparición final del gran huevo iluminado como signo de inmortalidad del alma. Muestra de una tenacidad fuera de lo habitual como fruto de un fuerte apasionamiento por la danza y una personalidad creativa destacada. Interpretado en su rol principal por Hugo Layer Y pieza que junto con la anterior también firmada por él, nos deja una clara la identidad de una compañía que destaca por sencillez y belleza de sus programas.

El Ballet Biarritz en su espectáculo para el Festival de Música y Danza de Granada. El Ballet Biarritz en su espectáculo para el Festival de Música y Danza de Granada.

El Ballet Biarritz en su espectáculo para el Festival de Música y Danza de Granada. / Antonio L. Juárez/ Photographers (Granada)

Segunda mitad

En un tercer lugar, y después del tradicional descanso que nos dejó disfrutar brevemente de los bucólicos jardines que atesoran nuestro más preciado espacio escénico de verano, la compañía esta vez nos ofreció una pieza de un coreógrafo emergente: Martin Harriague (Bayona, 1986). Con tan solo 19 años, Harriague entró a formar parte del elenco del Ballet. Fue galardonado en la primera edición del Concurso de Jóvenes Coreógrafos Clásicos organizado en Biarritz en 2016 por el que fue elegido coreógrafo residente y artista asociado de su Centro Coreográfico Nacional.

Le Sacre du printemps (La consagración de la primavera), Ballet firmado en su primer estreno por Vaslav Nijinski el 29 de mayo de 1913, en el Théâtre des Champs-Élysées, por Les Ballets Russes de Diaghilev, y que igualmente supuso para la época un polémico estreno que ocasionó entonces entre el respetable una lucha entre aplausos, silbidos y gritos con las que la compañía de Diaguilev tuvo que llegar hasta su final. Protesta ante la ruptura que Nijisky estaba acometiendo contra los principios y conceptos de la danza clásica, para intentar la recuperación de un hieratismo mixto de furor y erotismo, ya que suponía la negación del gusto y estilo romántico.

Harriague en su versión nos habla de la inquietud que ve en la relación entre el ser humano y naturaleza, temas recurrentes en creaciones y obra iconoclasta del genial de Stravinsky, en la que el coreógrafo se apropia del mito, respetando la intención original del compositor. En escena un piano vertical desde el que todo surge a partir de la improvisación espontánea del músico, emerge el elenco de bailarines que nos conducen a un ritual de adoración a la tierra, a lo sagrado, a las fuerzas naturales que nos trasladan de lo primitivo a lo salvaje, apoderándose de los movimientos del conjunto que llevan a la electa hasta las piedras para su sacrificio final, elevándola hasta su desaparición cumpliéndose el rito.

Al menos creo recordar que vimos la versión original de Ninjinky una vez interpretada en nuestro escenario en Ballet de Burdeos, y que anoche renovó el Ballet de Biarritz con la potencia y fuerza de la partitura.

Uno de los momentos cumbres que se vivieron en el Generalife. Uno de los momentos cumbres que se vivieron en el Generalife.

Uno de los momentos cumbres que se vivieron en el Generalife. / Antonio L. Juárez/ Photographers (Granada)

Es de destacar la generosidad de Malandain que se evidencia y engrandece dando paso a nuevos creativos emergentes que puedan aportar a la danza, invitándolos a que sus creaciones se unan al repertorio de la compañía. Su tenacidad, bagaje y experiencia creativa en el ámbito coreográfico ponen en valor a la ciudad de Biarritz, que ha respaldado y protegido su reconocimiento artístico a nivel internacional, expresado en sus obras y proyecto que consideradas en conjunto dan lugar a un juego coreográfico provocado por la fuerza de interacción de unos con otros.

Harriague, en su obra conecta perfectamente con el universo creativo de Malandain haciendo muestras de originalidad de movimiento corporal con sencillez, expresividad y maestría.

Resaltan como protagonistas principales entre el conjunto dancístico Mickaël Conte (fauno) y Hugo Layer (pájaro de fuego), sin desmerecer en ningún momento al cuerpo de baile que equilibran en su perfecta sincronía la escena.

Un público que aceptó una vez más dejarse llevar a través de este viaje onírico al interior de nuestros instintos para disfrutar con deleite, reflexión, energía, y emoción, ante la escasa programación de compañías clásicas de primer orden que desgraciadamente últimamente se programan para esta cita anual y cultural tan esperada para los ciudadanos y visitantes de nuestra Granada.

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