Crítica

La elegancia de la batuta

La elegancia de la batuta.

La elegancia de la batuta. / Jesús Jiménez Hita/ Photographerssport (Granada)

El director Riccardo Chailly, uno de los grandes nombres del panorama internacional, visitó el Festival de Granada junto con la Orquesta Filarmonica della Scala de Milán, un tándem que suscitó gran expectación desde que se anunció la programación de este año. Las entradas se vendieron nada más salir, y el Palacio de Carlos V estaba lleno hasta la bandera de un público ávido de la mejor música sinfónica.

Llama la atención que el Festival de Granada no hubiera traído todavía a Riccardo Chailly, habida cuenta de cómo los grandes nombres de la dirección han formado siempre parte de su programación. Esa falta la ha corregido Antonio del Moral este año, y en verdad se ha hecho con uno de esos conciertos que se quedan en el recuerdo, pues la interpretación que ofreció al frente de la Filarmonica della Scala fue sencillamente memorable. En el programa figuraron las postrimeras sinfonías de dos autores rusos: Piotr Ilich Chaikovski, exponente máximo del romanticismo centroeuropeo en Rusia, y Serguéi Prokófiev, quien supo conjugar modernidad y tradición en tiempos de Stalin.

La Filarmonica della Scala, una orquesta de gran tradición y trayectoria internacional, es un potente conjunto que ha trascendido la naturaleza de orquesta de foso para convertirse en un referente gracias a sus giras de conciertos y grabaciones. En este sentido, tenerla en el Palacio de Carlos V es una oportunidad magnífica para escuchar tan gran formación, más aún al estar dirigida por Riccardo Chailly, una figura que no necesita presentación ni valoraciones, pues con su sola presencia demuestra la elegancia y el saber hacer de una generación de directores llamados a convertirse en mitos vivientes de la interpretación.

Riccardo Chailly ocupó el puesto de director con porte decidido y con batuta en mano, una prolongación esbelta de un gesto que combina a partes iguales maestría y distinción. Desde los primeros compases de la Sinfonía núm. 7 en do sostenido menor de Serguéi Prokófiev se hizo evidente la perfecta conexión que Chailly consigue con el conjunto orquestal, estableciendo los tempi con clarividente exactitud y encontrando siempre el perfecto balance entre los efectivos tímbricos que se exhiben ante él. La partitura de Prokófiev, verdadero legado sinfónico estrenado apenas unos meses antes de su muerte, es un compendio de elementos melódicos y recursos expresivos, todos ellos perfectamente articulados por orquesta y director. Chailly ofreció una interpretación perfecta de la obra, obteniendo matices sumamente sutiles con pequeños gestos dentro de la siempre elegante dirección a la que nos tiene acostumbrados. Tal fue la maestría de su dirección y la bondad interpretativa del conjunto que el público los ovacionó prolongadamente antes del descanso, obligando a salir hasta tres veces al director, que en agradecimiento a los componentes del conjunto fue levantando con humildad y un gusto exquisito a las distintas secciones en reconocimiento a su magnífica labor.

Segunda mitad

La segunda parte se consagró a otro gran testamento musical: la Sinfonía núm. 6 en si menor “Patética de Piotr Ilich Chaikovski, quien dirigió su estreno una semana antes de su fallecimiento. Nuevamente, Chailly ocupó el podio central para articular una interpretación magistral de la partitura, desde el solo inicial del fagot antes del Allegro non troppo hasta el conmovedor y contenido cuarto movimiento Adagio lamentoso, pasando lógicamente por el optimista vals del segundo movimiento o el vivaz y rutilante scherzo. La gestualidad y expresividad del director no solo estuvieron al servicio de la interpretación orquestal , sino que también se dirigieron de forma sutil pero efectiva al público, al contener un posible arranque de euforia estética al final de brillante tercer movimiento o, como todos los asistentes pudieron percibir, al templar con sublime delicadeza el pianísimo final y dejar que el silencio vibrara orgánicamente en una conclusión que sobrecogió la noche e hizo contener el aliento hasta del espíritu más emotivo.

Riccardo Chailly y la Filarmonica della Scala fueron ovacionados prolongadamente tras esta espléndida interpretación, merecido reconocimiento al gran trabajo llevado a cabo en la puesta en atriles de estos dos monumentos de la música sinfónica. El director, satisfecho y notablemente contento con el resultado, salió a saludar tantas veces como le requirieron los aplausos, y agradeció el trabajo de todos los intérpretes, haciéndoles otra vez saludar sección por sección, antes de abandonar definitivamente el podio central. En el aire quedaba la sensación de haber asistido a una velada mágica, un momento musical del más alto nivel que anidará, a partir de ahora, en la memoria colectiva del Festival granadino.

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