Crítica

Esencias de danza española en un Generalife secuestrado

  • Granada no olvidará a Mario Maya dando vida al mensaje racial de ‘Camelamos naquerar’ de José Heredia Maya

Un momento del espectáculo en el Generalife.

Un momento del espectáculo en el Generalife. / Mario Puertollano / Photographerssports

Como comenté el 4 de julio de 1987, en el preliminar de la crítica del Ballet de la Ópera de Viena, el secuestro del Generalife volvió a producirse tantas décadas después, en la primera actuación del Ballet Nacional de España. Esta ‘expropiación’ –así lo llame en aquél comentario- impidió que el público pudiese disfrutar del otro espectáculo de poder pasear por los jardines adyacentes y disfrutar del panorama de una Alhambra iluminada, con Granada al fondo. No deben ser muy conscientes los actuales rectores/as de la Alhambra de lo que representan las sesiones de danza y el necesario complemento escénico y estético, para los granadinos que cada año suben para gozar de las maravillas propias y de los que, vengan de donde vengan, disfrutar del espectáculo. Incluso tuvieron la cicatería de suprimir la iluminación de los torreones frente al Generalife, supongo que para ahorrarse la factura de la luz. Una barbaridad que ni Granada ni el Festival merece.

El Ballet Nacional de España, bajo la dirección de Rubén Olmo, presentó en este Generalife secuestrado un atractivo espectáculo, como una visión de calidad de las esencias de la danza española, en su aspecto clásico más universal, incluyendo en estas representaciones un homenaje a Mario Maya, el bailaor y el coreógrafo cordobés –cuyos primeros pasos fueron en las cuevas del Sacromonte- que aportó al flamenco la búsqueda de todos los elementos que, siendo básicos, también tienen de rompedor e integrador. El grato espectáculo recorrió las tantas veces admiradas representaciones de la danza española, en su máxima estilización, con ese regusto de las médulas nacionales con la danza clásica que es su sustento esencial, porque cada bailarín y bailarina debe poseer una sólida formación clásica, porque sin ella no es posible transmitir la propia personalidad. Marienma, Antonio Ruiz Soler, entre tantos otro que han abordado la danza española, han dejado huella inolvidable en este mismo escenario de su genio y aportación. La compañía que dirige con mano férrea Ruben Olmo dejó constancia de una perfección colectiva, de un trabajo milimétrico, en movimientos y ritmos, que lo define, aunque a veces se corra el riesgo de parecerse a un desfile militar.

Invocación Bolera, es una bella coreografía, con música atractiva y adecuada para resaltar los movimientos y sumergirse en el mensaje-homenaje a la admirable escuela bolera española, en esa conjunción que ya se dibujó en el siglo XVIII, entre los bailes populares, especialmente andaluces, y las estilizaciones danzísticas que nos ofrecían la base de la danza universal. Colorido en vestuario, belleza de movimientos, gran estilo de las bailarinas y bailarines, en un abrir de boca para subrayar el carácter de la programación de Ballet Nacional.

Muy interesante y de calidad, con el personal solo que Rubén Olmo ha trazado para Jaureña, con música igualmente ajustada a la idea de Manuel Busto, en el que hay que subrayar ese ‘solo' que bailó magistralmente Miguel Ángel Corbacho, en una unión entre clasicismo y alambicado rituales del baile flamenco, o aflamencados si así les parece a los puristas.

Eterna Iberia es un medido espectáculo extraído de la Celtiberia que encargo Antonio Ruiz Soler al maestro Moreno Buendía. Su música cálida, original, buceando en el folclore hispano, con especial referencia al andaluz, parte de la coreografía de Antonio Najarro, con la sucesión de solos, pasos a dos, agrupaciones corales para revelar la solvencia del equipo danzístico del Ballet Nacional, la belleza del vestuario y la fiel tensión imprescindible en cualquier espectáculo de danza de categoría.

Hablamos de estilización, en la que el flamenco, por supuesto no está exento, cuando hay que trasladarlo a espectáculo puro. Recordamos, por ejemplo, no sólo los ballets de Antonio, sino de Gades y tantos otros. Mario Maya que fue uno de los renovadores del baile flamenco ha sido incluido, con toda justeza, en el programa del Ballet Nacional, sobre todo cuando interviene en una edición que conmemora el centenario del Concurso de Cante Jondo. Para enjuiciar el broche del espectáculo, no hay nada más apropiado que recoger las palabras que dejó Mario sobre sus ideas renovadoras del baile flamenco: “La crítica del pensamiento tradicional es punto de partida para la adquisición de nuevos conocimientos. La tradición cultural tiene que perseverar con esfuerzo y continuo proceso para mantener su carácter de arte y adaptarlo a las nuevas condiciones y necesidades sociales”.

Pero, sobre todo, la relación de Mario Maya con lo Jondo que es base de este Festival, había que relacionarla con Granada, con la creación que hizo de Camelamos Naquerar (Queremos hablar) del poeta y dramaturgo granadino José Heredia Maya, en 1976, una auténtica revolución sobre la dignidad del pueblo gitano que tendría correlación con las obras de Lorca o Falla. Aunque no hubo referencia a ese maridaje, Heredia Maya y Mario Maya, desde Granada, con aquella obra, elevaron la esencia gitana a los altares universales, rompiendo con silencios y ruindades que, aquellos momentos difíciles en nuestro país, tenían más valor por la reivindicación de una cultura, contra injustos menosprecios racistas. La trascendental obra del granadino Heredia Maya –por cierto el primer gitano que ocuparía una cátedra universitaria- es justo recordarla en la colaboración genial que trazaron ambos en Camelamos naquerar, cuando se homenajea al bailaor y coreógrafo cordobés, el alma de tantos espectáculos como ¡Hay Jondo!

El homenaje recreaba coreografías del propio Maya –Introducción y percusión, con una sensible Miriam Mendoza, Oliva y naranja, esta vez con la colaboración de Milagros Menjibar, Silbo de la llaga perfecta, Quisiera ser, Valparaíso, Suelta el pavo y Undibel - con otras de Rafaela Carrasco, A. Rueda ‘Toná’, Manolo Marín o Isabel Bayón, al que dio vida Esther Jurado en un solo acompañado del plantel de voces y guitarristas sobre el escenario. Los textos de Madariaga, Miguel Hernández, García Lorca y González Lancero servían de introducción a algunos momentos de la hora de exaltación flamenca que duró la segunda parte. Un flamenco, por supuesto alambicado dentro de la formación férrea y disciplinada que la compañía impregna a todo el espectáculo, lo que puede restarle autenticidad, aunque de ninguna manera belleza y comunicación. Así lo entendió al público que premió a la compañía y a todos sus miembros con bravos y aplausos para cerrar una jornada variada y atractiva que Rubén Olmo dejó en la primera noche de danza en un Generalife, como decía, absurdamente expropiado y desprovisto de los matices que el público goza de un entorno único. Esperamos que estas jornadas de danza no se estropeen por estos caprichos, ni siquiera por el deber de proteger los recintos que puede hacerse con mayor vigilancia si es necesario, si es que entre los asistentes se temen desaprensivos o incívicos.

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