68 Edición del Festival Internacional de Música y Danza | Análisis

Luces y sombras centenarias

  • Recuerdo a Falla, Alarcón y Picasso, insuficiente acercamiento a Berlioz y reaparición operística

  • Eschenbach y Heras-Casado lideran el reducido capítulo sinfónico, pilar histórico del Festival

Figurines de Picasso para 'El sombrero de tres picos'.

Figurines de Picasso para 'El sombrero de tres picos'. / R.G.

El ciclo de danza supera al que ha sido capítulo vital en la historia del Festival, el sinfónico-coral. Hoy, a la OCG –importante en tantos momentos claves del certamen, en la ópera o en conciertos solitarios- se le ha encomendado la inauguración, casi siempre reservada a destacados conjuntos invitados, con la violinista Viktoria Mullova en el Concierto de Beethoven. Una notable intérprete que ya nos ofreció en 2003 una brillante versión del Concierto de violín de Sibelius, con el conjunto granadino.

El capítulo orquestal, sin apoyo coral para las grandes producciones –excepto The Sixten Choir and Orchestra, con Vespro della Beata Vergine, de Monteverdi, bajo la dirección del habitual Harry Chistophers- se limita a los dos conciertos de la Orquesta de París y, el de clausura, con la Mahler Chamber Orchestra, conjunto de notable calidad, creado por Abbado, que se enfrenta al estreno del concierto para violín Alhambra, de Peter Eötvös y a una versión, con proyecciones cinematográficas basadas en diseños de Frederick Amat, de la música de El sombrero de tres picos, en el centenario de su estreno, amén de la suite Pulcinella, de Stravinsky, concierto dirigido por Pablo Heras-Casado. Escaso bagaje para un pilar fundamental en el certamen, cuya retahíla de orquestas, coros, intérpretes y directores de la máxima categoría, además de renovados programas, sería interminable.

La Mahler Chamber Orchestra, conjunto de notable calidad, creado por Abbado, se enfrenta al estreno del concierto para violín 'Alhambra', de Peter Eötvös

Mañana, la danza abre el teatro del Generalife con la Compañía de Martha Graham, de la que destaqué, en su presentación en 1986, con la asistencia de la propia genial coreógrafa, su trascendente aportación a la danza contemporánea, en los estrenos en España de su versión de La consagración de la primavera y Acto de luz. Seguirán dos veladas del Mariinsky, la Compañía Nacional de Danza, con El sombrero de tres picos, el ballet del Capitole de Toulouse, con Giselle –que entre otros nos ofrecieron Margot Fonteyn y Nureyev, en 1968-, el flamenco de Yerbanuena, etc.

Universal Falla

Una de las principales referencias es la dedicada a Manuel de Falla. De todos los Fallas y sus relaciones con su tiempo y Granada he hablado largo y tendido. Este año se cumple el centenario de una de sus obras, con el acercamiento a la sátira, primero como pantomima –El corregidor y la molinera-, y luego enriquecido como ballet en El sombrero de tres picos, a petición de Diaghilev, sobre un libreto de María Lejárraga, esposa de Martínez Sierrra, basado en la novela satírica del accitano Pedro Antonio de Alarcón. Es justo, pero no frecuente, al recordar el archiconocido Tricornio fallesco, mencionar al autor olvidado de la novela vivaz, picaresca e ingenua que parece salida de las manos de un barroco del XVII. Porque Alarcón revive la novela picaresca de la época de Cervantes o de Hurtado de Mendoza. Frasquita, matrona corpulenta y apetecible, es todo un eje de atenciones –acoso se llamaría hoy- para el Corregidor, caricatura del eterno –y este caso desvencijado- donjuanismo hispano, cimentado sobre el abuso del poder. Lo ridículo, lo popular, las soluciones moralistas, dentro de la picardía, resultan encantadoramente ingenuas. “El rey de los cuentos españoles” llamó la Pardo Bazán a este relato que revive el clisé del realismo, con el sabor de vino añejo como si el autor en vez de escribirlo en 1875, lo hubiese concebido en pleno barroco.

Alarcón revive la novela picaresca de la época de Cervantes o de Hurtado de Mendoza

Falla advirtió a Lejárraga –siguiendo sus arraigados principios- que eliminase cualquier incidencia erótica-sexual y con limitados recursos compuso la versión pantomímica, que luego robusteció, por exigencias de Diaghilev, para convertirlo en una ballet digno, de carácter español, incluso añadiendo una danza para satisfacer las exigencias de Massine, el primer bailarín y coreógrafo –que sustituyó al enemistado Nijinski- y, sobre todo, enriqueció con un poderío sinfónico la exultante danza final, una apoteosis folclórica, pero sin caer en el pastiche, en un ‘tutti’ orquestal lleno de dinamismo, donde se conjugan los temas aparecidos –la jota, por ejemplo-, los juegos instrumentales, en la efervescencia que deseaba y exigía el empresario ruso.

Por el Festival han pasado infinidad de versiones orquestales –sus suites- y escénicas, con la genialidad de Antonio, que lo estrenó en 1958, la discreta, de Mariemma -1976, con la Orquesta Sinfónica de la RTV-, la del Ballet Nacional Español, en 1981 que, pese a utilizar los decorados y figurines de Picasso, repitió un manido esquema señalado en la crítica, donde advertí de la necesaria renovación del caduco cliché de lo español, aunque dentro de la velada se salvara, pese a fallos y estridencias de micrófonos que hubiesen horrorizado a Falla, la digna versión, por la pareja de bailarines de El sombrero. Ha habido otras aproximaciones extranjeras, con Les Grands Ballets Canadienses, que con apoyo de la OCG, escenificaron la obra el 20 de junio de 1992, con la coreografía original de Massine y el vestuario diseñado por Picasso. Esta vez no había ninguna comparación con las versiones españolas, porque se partía de la idea original de Massine que, como recordaba Azaña, tras presenciar la actuación en París, “ciertas formas del baile español son la perfección del arte y hay que inspirarse en ellas”. Eso hizo el bailarín y coreógrafo: acercarse al espíritu de la obra, sin inútiles tintes aflamencados, para subrayar -comentaba en la crítica- “un ballet dinámico, colorista, lleno de respeto y aroma que terminaba en esa fiesta delirante donde, como decía Azaña, toda mesura se pierde en un pueblo pintado de vivos colores por Picasso que celebra el triunfo de la molinera y el ridículo del corregidor, es decir del poder decrépito”. En fin, hemos visto y comentado infinidad de versiones en el Festival, incluida la original de la pantomima El corregidor y la molinera del coreógrafo José Antonio en 1996. Todas diversas y distantes. La Compañía Nacional de Danza aportará la coreografía original de Massine, que se estrenó, hace cien años, en el teatro Alhambra londinense, dirigida la orquesta por Ansermet. Por su parte, Heras-Casado, con la Orquesta de Cámara Mahler, hará brillar la música no secundaria de la obra, con los apuntes de escena y visuales de otro habitual en los programas como es Frederic Amat. Por otra parte, el Archivo Manuel de Falla organiza un congreso internacional sobre esta partitura de Falla, las relaciones con los Ballet Rusos y otras referencias especializadas.

Falla en su casa de la Antequeruela. Falla en su casa de la Antequeruela.

Falla en su casa de la Antequeruela. / R.G.

Insuficiente Berlioz

El Festival hace, también, un tímido recuerdo del 150 aniversario de la muerte de Berlioz. No cabe en estas primeras líneas una aproximación al significado del compositor francés en la música europea, con su exaltación romántica y su originalidad en el tratamiento orquestal que tanto influyó en creadores como el propio Mahler, por esa libertad. Quizá esté en relación con la limitación sinfónico-coral que preside esta edición, pero en esta fecha hubiese sido plausible un más ambicioso acercamiento al fascinante mundo del compositor galo. Es verdad que la Orquesta de París, dirigida por Eschenbach, tantas veces protagonista de inolvidables versiones sinfónicas –este año completa su concierto con la Primera sinfonía, de Mahler-, nos ofrece la cantata para mezzosoprano y orquesta, La muerte de Cleopatra, una de las más queridas por Berlioz, por su acento dramático y sus contrastes ‘faraónicos’. Una página favorita de las grandes mezzos –magistral la grabación de Jessye Norman- y reto para el diálogo orquesta-solista. Pero creo insuficiente el recuerdo a Berlioz, con las páginas siempre admiradas de la Fantasía Fantástica o El Carnaval romano, olvidando incluso obras programadas en varias ocasiones aquí como la versión de concierto de La Condenación de Fausto que exige coros, solistas y gran orquesta, como ocurrió, entre otros momentos, en el 52 Festival, con la Orquesta Nacional del Capitole de Toulouse, el Orfeón Donostiarra el Coro de la Presentación y solistas en un concierto que titulé ‘Una cabalgata genial por el infierno’. Hubiese sido interesante programar su Réquiem, entre la amplísima obra del autor.

Era imprescindible la recuperación de la ópera, aunque sea simiescenificada, con Las bodas de Fígaro mozartiana, en un ciclo en el que hemos disfrutado, entre muchas otras, de la espectacular Flauta Mágica, por Els Comedians, en el Generalife, el oratorio Juana de Arco en la Hoguera, de Honegger que incendió Carlos V, en dirección escénica de Daniele Abbado -ambas con el apoyo de la OCG y Pons-, Fidelio, Salomé, Orfeo y Eurídice, en clave lésbica, de La Fura del Baus, etc. No faltan en la `presente edición solistas que hemos admirado como Maria Joao Pires y otros recitales –muy acertado el recuerdo a Clara Schumann-, así como actuaciones de cámara que iremos comentando en una edición que no pasará a la historia, pese a su calidad y variedad.

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